Richard Axel y Linda Buck han sido galardonados, este año, con el premio Nobel de Medicina, por haber descubierto como el sentido del olfato es capaz de redordar un aroma años después de percibirlo. Estos dos investigadores han resuelto el enigma de la madalena, aquella pieza de repostería cuyo olor despertaba ricos recuerdos de infancia en la novela de Marcel Proust: «En busca del tiempo perdido».
El sentido del olfato «ha sido durante mucho tiempo el más enigmático de nuestros sentidos. Los principios básicos para reconocer y recordar unos 10.000 olores distintos no se comprendían» destaca la Asamblea Nobel.
Que dos científicos solos hayan descifrado uno de los grandes sentidos humanos es un logro único en la historia de la ciencia.
Pero es un hecho, el cual todos hemos experimentado -y experimentamos- la misteriosa relación entre capacidad olfativa y memoria. Los que permanentemente no vivimos en Belmonte, pero si lo hicimos durante toda nuestra infancia y adolencencia, no podemos evitar que en ciertos momentos de nuestra existencia, algunos olores evoquen paisajes, situaciones y hechos vividos en esas épocas.
Puede suceder, por ejemplo, que paseando por la Rambla de las Flores de Barcelona, densamente cargada de olores, el penetrante aroma del romero se abra paso con fuerza, en la memoria, para evocar otra «rambla», silenciosa y sosegada, camino delicioso hacia la ermita de San José.
Como un relámpago pasan hechos y escenas vividas en la ermita. O también el fuerte olor de las hojas secas en esta época de otoño, recrea imágenes de los otoños pasados en Belmonte, donde el invierno es largo, inacabable; la primavera corta y precaria; y el verano una exhalación… ; pero el otoño es largo, lineal, suave. Olores como el de unas castañas asadas en cualquier esquina de
Barcelona, me recuerdan la bellotas asadas en el fuego del hogar de mi niñez, cuando en el interior de las casas -en aquel entonces sin calefacción- se inicia el enfriamiento y el desalojo de la tibieza veraniega; pero el aire mantiene todavía al exterior, una temperatura agradable y la metereología del otoño tiende a crear unos días de una luminosidad tan fina que las cosas se perciben de una forma nítida i precisa.
Yo diría que la capacidad olfativa es un don -los científicos hablan de moléculas, genes, receptores olfativos, etc.- que nadie puede obviar; y que unidos olor-memoria evocan en nosotros imágenes, recuerdos y emociones.
¿Cómo voy a deciros yo a los que vivís permanentemente en Belmonte, que allí huele la luz, huele la savia; que el poder olfativo de la materia se siente, vasto, en la soledad de los montes, en el olivar reluciente… y que si llueve, ¡mejor! su alegría se huele cuando el agua se precipita repiqueteando en los tejados, cuando el olor a tierra mojada satura el aire y evoca y aguijonea la memoria…?
Es demasiado pronto para saber «qué beneficios prácticos aportarán las investigaciones de los premiados» reconoció la Asamblea sueca. Pero los simples mortales de a pie, sabemos -si dejamos que el binomio olfato-memoria evoque algo en nuestra existencia- que una suave fragancia, un olor, puede desencadenar en nosotros recuerdos, emociones y experiencias vividas. Reconocerlas ¿nos hace mejores, peores, felices, infelices?.
En la interesante novela de Patrick Süskind «El perfume», el protagonista es un asesino dotado de un impresionante olfato. Pero leer
– si todavía no lo habéis hecho- uno de los más bellos poemas de amor, jamás escrito, que es el libro del «Cantar de los Cantares», donde el perfume del esposo y de la esposa desata en el recuerdo de los amantes miles de imágenes y sentimientos dando lugar a uno de los libros más hermosos de la Biblia.
Creo que si somos capaces de reconocer, agradecidos, este don olfativo que poseemos, podremos disfrutar de los momentos agradables y bellos que pueblan nuestra memoria y nuestras vidas; y si estos recuerdos son a veces difíciles i dolorosos, quizás al evocarlos, podamos integrarlos y asumirlos en paz y serenidad en nuestra existencia.
¿No es cierto que entonces olfato-memoria podrían ayudarnos a ser más felices?
Enriqueta Calvo
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