JAVIER ÚBEDA y ESTHER SÁNCHEZ
LA FAMILIA, TERMÓMETRO Y AGENTE DEL CAMBIO SOCIAL
En cada sociedad se conservan, mediante las instituciones, los modelos de comportamiento necesarios para vivir en ella. El término tradición no tiene, pues, primariamente un sentido político, sino estructural y general. Una sociedad no está continuamente alterando sus esquemas de vida; al contrario, está, casi continuamente, transmitiéndolos y precisamente como garantía de supervivencia. La tradición opera antes que nada por una imitación discontinua y diversificada. Y la institución social en la que se da, de modo continuo, la imitación diversificada, es la familia. No debe extrañar por eso que los cambios sociales tengan en la institución familiar el termómetro más significativo.
La familia no es una institución estática. Su esqueleto estructural se mantiene en la historia y no se ve –globalmente- cómo podría ser de otro modo: habrá siempre familia como estable relación entre un hombre y una mujer para el amor mutuo, la procreación y la educación de los hijos.
Aunque este esquema estructural permanece invariado, los modos de la institución han cambiado muchas veces en la historia. Si dejamos a un lado los estudios de antropología cultural en sociedades minúsculas, y nos limitamos al ámbito occidental, se puede afirmar que desde principios del siglo XX hasta nuestros días el modo de la familia ha registrado una transformación espectacular.
La familia actual, en los países con civilización predominantemente industrial y urbana, no es ya la familia extensa (padres, hijos, tíos, primos, cuñados), de casa grande y de amplias relaciones de vecindad. La familia de hoy es nuclear (padres e hijos), de casa pequeña, de departamentos cercanos en el espacio pero muy lejanos en el ambiente y en las relaciones humanas. La urbanización –las grandes colmenas humanas- no traía consigo necesariamente la deshumanización: pero, de hecho, ha contribuido al anonimato, a la falta de solidaridad y a debilitar el sentido de la vecindad.
Contra lo que vulgarmente se piensa, la familia no es una institución que obstaculice el establecimiento de nuevos esquemas de comportamiento. Una vez que los nuevos esquemas han penetrado en muchas familias, éstas se convierten en los más eficaces catalizadores para su activación y consolidación. En una civilización de masas, la singularidad de la familia pierde además importancia, por el conocido fenómeno de que los esquemas de comportamiento se hacen extremadamente parecidos –cuando no idénticos- a nivel internacional.
Si a primera vista las presiones sociales generales inciden sobre la familia, modificando sus esquemas de comportamiento, es mucho más importante y progresivo el fenómeno contrario: las familias así modificadas cobran tal fuerza de transformación social que ningún otro instrumento puede ganarle en rapidez y en eficacia.
Si la familia, como se acaba de ver, no es una institución estática, sino un poderoso y disperso mecanismo de transformación social, todos en la sociedad defienden a la familia: lo que sucede es que cada uno defiende aquel concepto de familia que espera utilizar para su propia perspectiva de la transformación social o política. Del tipo de familia que se construya depende medularmente el tipo de sociedad.
En How to avoid the Future, el escritor inglés Gordón R. Taylor publicó hace algunos años interesantes reflexiones sobre la familia, recogidas en Die Welt: “La familia es el microcosmos de la sociedad; una familia en la cual los niños pueden hacer casi todo, significa preparar una sociedad en la cual casi todo es posible; una familia desordenada, significa una sociedad caótica; una familia llena de odio, equivale a una sociedad de gentes que se odian; una familia que está a punto de romperse da lugar a una sociedad que está a punto de quebrar”.
Taylor recordaba también una experiencia vieja como el hombre, aunque la presentaba con lenguaje actual: “Los psicólogos han elaborado modelos que explican cómo se forma la conciencia de los niños, como producto de la aceptación e interiorización del ejemplo de los padres”. Y el escritor inglés hacía ver que el problema de la disgregación familiar es hoy “el más importante de la sociedad, más que los problemas políticos y económicos, en los que nuestros líderes emplean la mayor parte de su tiempo”.
La familia, fundamento de la sociedad
EL FUTURO DE LA FAMILIA
Bueno será, en estos tiempos en que tanto se habla de cambios, pararnos a pensar en el futuro de la familia misma. Porque con mucha frecuencia se oyen profecías apocalípticas y se ven gestos desdeñosos referidos a instituciones llamadas a desaparecer en el proceso irreversible de la Historia. Una de esas instituciones es la institución familiar. ¿Desaparecerá la familia?
Siendo el amor la fuerza que ha unido a los esposos, de cuya unión proceden los hijos, no será una simplificación indebida considerar que todo el problema de la familia se resuelve en un problema de amor. Entender bien el amor es condición indispensable para entender bien la familia.
El amor matrimonial es un tipo específico de amor en el que confluyen por una parte factores sentimentales y por otra factores voluntarios.
El amor no es simplemente una cosa que viene o se va sin que se sepa cómo, sino que, en tanto que actitud humana, es susceptible de un cultivo, de un cuidado, algo que nace de la decisión que una persona toma de conservar el amor y aun de acrecentarlo.
Igualmente se debe distinguir entre el amor posesivo y el amor oblativo. La natural tendencia del hombre le lleva a dar a su amor un carácter predominantemente posesivo. Pero igualmente responde a una profunda necesidad psicológica el amor oblativo, es decir, la entrega al otro a través de la voluntad efectiva de servirle, con lo que se hace eficaz y fecunda la vida del ser humano. El carácter oblativo del amor puede sin duda reforzarse a través de la voluntad efectiva de servir al otro con palabras y con obras.
En el marco que del amor se acaba de diseñar, en su doble vertiente, fenómeno sentimental y operación de voluntad, posesivo y oblativo, encajan y pueden tener solución adecuada todos los problemas de la familia.
Todo el mundo ha experimentado las dificultades interiores de la vida familiar. Frustraciones, desacuerdos, tensiones, riñas, separaciones, conflictos, ponen de relieve la existencia de dificultades interiores, junto con la acción de factores externos (concepto romántico del amor, falta de unidad económica en la familia, dispersión familiar, etc.) que contribuyen al deterioro de la familia y explican el que se busquen nuevas formas de institución familiar, y hay incluso hasta quienes vaticinan su desaparición.
En el deterioro de la familia y en el camino hacia su destrucción, aunque la influencia de los factores externos, sociales, sea importante, influyen mucho más, son decisivos, las tensiones y conflictos internos. La desadaptación y la insatisfacción familiar son factores influyentes en la desintegración de la familia. Algunos de los profetas de la desaparición de la familia señalan como causa el ordenamiento social que impone demasiadas restricciones innecesarias a la humanidad. Vale la pena tener en cuenta que aun cuando estos ordenamientos tienen un carácter social, sin embargo, son onerosos en la medida en que no se aceptan íntimamente por aquellos a quienes van dirigidos.
La desadaptación y la insatisfacción familiares, en rechazo del orden familiar por penoso, son, en última instancia, manifestaciones de la debilidad o inexistencia del amor. No tenemos por exagerado decir que la desintegración de la familia no es sino una consecuencia de la desaparición o el deterioro del amor.
Cuando los sociólogos empiezan a hablar de la desintegración familiar comienzan diciendo que la institución familiar está muy regulada, hecho que si bien por una parte contribuye a definir claramente la institución y los comportamientos familiares, por otra parte constituye un conjunto de ataduras o limitaciones difíciles de aceptar y respetar.
Tres perspectivas parece que se ofrecen a la familia del futuro:
La primera, extrema, es la desaparición de la institución familiar como entidad innecesaria y que se opone al libre desenvolvimiento de la persona y a la necesaria evolución de la sociedad.
La segunda es la de una familia inestable, que puede constituirse por voluntad de los esposos, pero que se puede disolver en cualquier momento.
La tercera, permanencia de la institución familiar como una entidad necesaria para el desenvolvimiento individual y social, con caracteres de indisolubilidad y permanencia.
Por lo que ha venido aconteciendo hasta ahora, podemos suponer que seguirán persistiendo factores positivos que contribuirán a la permanencia y estabilidad de la familia. Entre ellos puede mencionarse:
Criterios y valores heredados y aceptados a favor de una familia necesaria y estable.
Presiones sociales que por razones doctrinales, políticas y aun económicas actúen a favor de la estabilidad familiar y en contra de su disgregación.
Acertada elección del cónyuge, que por sus condiciones de edad y formación más garantías razonables ofrezca de una unión verdadera.
Semejanza de antecedentes en los casados, tanto desde el punto de vista socioeconómico cuanto desde el educativo y religioso.
Relaciones de parientes y amigos que contribuyen al desarrollo normal de la vida familiar sin conflictos graves o que ayudan a la solución satisfactoria de los conflictos cuando surgen.
Pero sobre todos estos aspectos positivos podemos mencionar uno, aun cuando la expresión pueda parecer fuera de moda: la firmeza del amor. Es éste un factor que ya no se halla en el contorno social, sino en el interior de la persona. El problema está en si el amor será capaz de vencer las grandes dificultades y sobre todo los pequeños obstáculos que la rutina de la vida introduce día tras día.
Entre los obstáculos a la permanencia de la familia se suelen señalar determinados factores que están en el ambiente:
Leyes favorecedoras del divorcio, del aborto, etc. También se puede hablar, ¡cómo no!, del influjo negativo de las ideologías que hoy dominan el mundo.
Si trasladamos estas ideas al campo de la familia y del amor familiar, las podemos ver en toda su capacidad corrosiva.
Pero si el amor se entiende como operación de voluntad, dicho de otro modo, como donación personal en él tendremos la garantía de continuidad de cada familia en concreto y de la institución familiar en general.
Es verdad que en el sentimiento no se manda directamente. Pero cuando el amor de sentimiento, inicial tal vez en la unión de dos personas de sexo diferente, se une la decisión voluntaria de entregarse a la persona amada, el sentimiento se ve reforzado por la acción de la voluntad. Esta encuentra su premio en el amor mismo.
En nuestros días, generalmente la familia se inicia con el enamoramiento, real o aparente, de un hombre y una mujer. Es una situación inicial en la que el amor pide una retribución inmediata. Se acepta con gozo el amor porque resulta un sentimiento placentero. A las palabras de amor la persona amada responde con expresiones semejantes. Las palabras, la presencia o la esperanza de la presencia de la persona amada llenan la vida entera del enamorado; pero si hay un desacuerdo, si la respuesta no es la que se esperaba, si las palabras, las actitudes o los actos de la persona amada no se acomodan a nuestro modo de ver, el amor sufre, se resquebraja, se deteriora, empieza a disminuir.
El amor es fuerte únicamente cuando es incondicionado, cuando no pide otra recompensa que la existencia del amor mismo. Cuando en lugar de pedir…, da. Tenemos la impresión de que apenas si se ha mencionado en algún sitio la íntima vinculación que la lealtad tiene con el amor. Pero la verdadera lealtad está en que la limpieza de la unión no se manche ni la fidelidad se rompa.
El hombre es libre para ofrecer su amor. Pero una vez ofrecido no tiene otros derechos sino el de encontrar en la lealtad a ese amor su fortaleza y en el amor mismo su recompensa. Cuando de un modo permanente el hombre ha llegado a esta situación, puede decirse que está en el amor.
La permanencia de la familia como entidad estable no tiene otra garantía que la participación en un concepto claro del amor y la aceptación gozosa de sus exigencias.
Por su parte, el poder civil ha de considerar como un deber sagrado: reconocer la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, ayudarla y protegerla (una faceta importante de este deber del Estado es el desarrollo jurídico de los derechos fundamentales de la persona que hacen referencia a la familia); defender la moralidad pública; fomentar la prosperidad del hogar; garantizar el derecho de los padres a tener hijos y a educarlos en el seno de la familia; proteger con legislación adecuada y con diversas instituciones, y ayudar de forma suficiente, a los que desgraciadamente carecen del bien de una familia propia.
La familia es insustituible y como tal, ha de ser defendida con todo vigor. Es necesario hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada. Lo requiere no sólo el bien privado de cada persona, sino también el bien común de toda sociedad, nación y estado.
La familia ocupa el centro mismo del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre. Es necesario hacer todo lo posible para que desde su momento inicial, desde su concepción, este ser humano sea querido, esperado, vivido como valor único e irrepetible. Debe sentirse importante, útil, amado y valorado, incluso si está inválido o es minusválido; es más, por esto precisamente más amado aún.
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BIBLIOGRAFÍA :
– Javier Úbeda, Matrimonio y familia, La Comarca, Alcañiz (del 19 al 25 de mayo de 2000).
– Javier Úbeda, El futuro de la familia, La hora del Bajo Aragón 23, Alcañiz (7 de febrero de 2003).
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