Pablo Martín Marqués (Belmonte, 1927) es carpintero-ebanista, organero y organista, músico por vocación y educación recibida, junto a su hermana Paz y otros vecinos del pueblo, de Celedonio Múgica Aguirre, un sacerdote vasco que regentó la parroquia de Belmonte durante los primeros años de la posguerra civil del siglo pasado. Pablo Martín espera con ilusión el momento en que el órgano de entonación mayor de la iglesia de Belmonte, construido entre 1847 y 1851, vuelva a sonar completamente restaurado.
Texto y fotos: Ramón Mur
PABLO MARTÍN, CARPINTERO Y ORGANISTA
“El altar de la iglesia
se hizo con madera
de los olivos de Belmonte”
“Soc lo primer”, decía Pablo Martín el día que entró en la Escuela de Belmonte con cinco años. Su tío Ángel le había enseñado las primeras letras en casa. Por eso el zagal se sentía aventajado entre los más de 60 escolares masculinos que entonces tenía el pueblo. Paz y Pablo Martín fueron, en todo caso, los primeros en música, discípulos predilectos en las clases de solfeo de don Cele. El cura guipuzcoano impartió lecciones de emisión e impostación de voz a la hija mayor de Rafael Martín y Enriqueta Marqués. Y mientras Paz se educaba en el ‘bel canto’, su hermano Pablo seguía de manera concienzuda los pasos que don Cele marcaba para progresar en los cursos de piano. Por tradición familiar, Pablo se hizo, además, maestro carpintero tras los pasos de Francisco Zurita Castelnou y de su abuelo materno, José Miguel Marqués. Además de iniciarse en el oficio de organero, con ellos se especializó en el arte de modelar y tornear la madera. La obra de carpintería de la que Pablo Martín se siente más orgulloso es la construcción del actual altar mayor y del zócalo del presbiterio con madera de olivo de los campos de Belmonte aportada por sus propios vecinos.
Usted nació en la casa familiar de la Plaza del Solá…
No, no. Mi hermana y yo nacimos en una casa del Carrer França que hace esquina con la de ‘El Plano’, cerca de ‘El Palio’. Era la casa de la familia Marqués. Mi padre, Rafael Martín, y su hermano, el tío Ángel, procedían de una casa en la Bajada de la Muela. Se casaron con dos hermanas, Enriqueta y Celeste Marqués, y se fueron a vivir al ‘Carrer França’. Pero éramos mucha cuadrilla de familia porque vivían también con nosotros los abuelos. Total, que mis padres y mis tíos, por los años de la guerra, compraron la casa de la Plaza del Pilar o del Solá donde hoy vivo con mi mujer, Esperanza Zurita, y en la que he vivido toda mi vida, salvo esos primeros años. Esta casa surgió de la reforma de otra que ya existía. La construyó la familia Múgica a principios del siglo XX, hacia 1915, y fue del canónigo José María Múgica. Mis padres la compraron a Emilia Múgica que era tía de don Cele. Yo siempre he sabido que esta casa la hicieron los Múgica, que descendían de un constructor de carreteras, poco después de la casa Angosto del ‘Carrer de la Font’ sobre cuya puerta principal está grabado el año de 1910. Bueno, pues poco después hicieron ésta.
¿Qué recuerda de su infancia y de los años de la guerra?
¡Huy, madre mía! Yo nací en 1927. Pues, cuenta, cuando empezó la guerra era un chaval. Puede que fuera a la escuela sobre los cinco años. Y cuando entré ya sabía leer porque me había enseñado el tío Ángel. Era el más pequeño de la escuela de chicos, que seríamos unos sesenta. Yo decía que era ‘lo primer’. Y era el último, que había entrado hacía cuatro días. Teníamos un buen maestro, muy mayor, don José, con unas gafetas de esas que se doblaban, y debía de ser pariente de los Estrada. De la guerra recuerdo que nos fuimos varias familias por las cuevas del contorno a refugiarnos, pero mi padre se quedó en casa. Y, claro, cuando volvimos era una de las pocas viviendas que no habían saqueado.
¿Cómo es que los miembros de su familia son conocidos como ‘los dotoricos’?
En la familia de los Martín eran tres hermanos. Uno, mi abuelo, llamado Pablo Martín, que murió joven con 38 años, de una pulmonía. Bien, pues mi abuelo se quedó en casa para llevar la tierra. Pero los otros dos estudiaron y se hicieron médicos. Fernando fue médico en Fuentespalda y se puso muy enfermo. Que tenía una ‘malantía’, decían. Lo trajeron a Belmonte y estuvo así, sin moverse, siete u ocho años. Pues resulta que lo que tenía era una diabetes, pero entonces no lo sabían.
¿Ustedes, entonces, vivían todos en esta casa como en una sola familia?
Exacto. Mi padre, Rafael, y mi tío Angel se casaron con dos hermanas, como he dicho, Enriqueta y Celeste Marqués. Mi madre guisaba para todos y mi tía Celeste era modista y hacía costura para el pueblo. Con nosotros vivían mis abuelos, los padres de mi madre y de mi tía Celeste, que eran José Miguel Marqués y Felisa Celma, que descendía de La Cerollera. Mis padres tuvieron dos hijos, Paz y yo. Y el tío Ángel y la tía Celeste, que murió hace pocos años, eran los padres de mi prima Pili, también fallecida hace dos años.
Y en esto apareció don Cele
Muy bien. Era algo pariente de los Martín. Y, bueno, desde el primer momento tuvimos una gran relación. Porque, ya verás, mi abuelo materno, José Miguel Marqués, sabía música y latines porque había estudiado en el Seminario de Belchite. Bueno, pues don Cele y él congeniaron enseguida. Acababa de terminar la guerra. Mira, íbamos a la Escuela pero don Cele le dijo a mi abuelo que a estos chicos les tengo que enseñar solfeo. Y sí, sí. Mi hermana aprendió con él a emitir la voz, yo estudiaba piano. Aquello era un conservatorio. Hubo varios cursos de solfeo. don Cele iba por las tardes a la Escuela. Los chicos y chicas de la época tuvieron todos algunas nociones de música. Pero a mi hermana y a mí nos dedicó más atención, teníamos que ir todas las noches, sin faltar una, a su casa.
Su abuelo, el tío José Miguel, fue también todo un personaje
Tenía una historia muy singular. Era una persona muy querida en el pueblo. José Miguel Marqués Zurita era sobrino de Francisco Zurita Castelnou, carpintero y maestro organero, que hizo el órgano de Monroyo y otros de la zona. El padre del yayo José Miguel era albañil, que dicen que construyó la capelleta de san Cosme. Total, que el yayo, de crío, fue al seminario de Belchite. Pero un verano se accidentó haciendo un pozo en el seminario. Fueron a buscarlo, se lo trajeron sus padres con la pierna rota. El caso es que aquel verano, mi abuelo José Miguel conoció a mi abuela Felisa y … ya no quiso volver a Belchite. Se casaron con 17 años cada uno, más o menos. Por entonces, vino de Barcelona Francisco Zurita, que ya estaba especializado en carpintería para organeros. Y mi abuelo José Miguel se puso a trabajar con él. A todo esto, Francisco Zurita era sobrino de otro famoso carpintero, Luciano, el que dicen que puso todos esos maderos del tejado de la iglesia que ahora están quitando. Pues este Zurita y dos sobrinos suyos, uno de ellos mi abuelo José Miguel, montaron una carpintería en la calle del Pilar y más tarde en la casa de la subida de la Escalereta. Arreglaron todos los ‘manchones’ de los órganos de la contornada y qué se yo. Había mucho abandono, los cueros estaban comidos por las ratas y tuvieron mucha faena de hacer arreglos por esos pueblos.
Parece obvio preguntar que usted aprendió el oficio de carpintero con su abuelo. ¿Y también se hizo músico con él?
Mi abuelo tuvo el taller durante muchos años en el ‘fossaret’ en la que hoy es casa del cura, donde estuvo el teleclub. Yo, claro, aprendí el oficio con él. Conservo todas sus herramientas. Todo era artesanal. No había máquinas, la primera la compré yo. Todo lo que sé de música, en cambio, lo aprendí con don Cele. Con mi abuelo, de eso, de solfeo, nada. Nunca nos enseñó música. Nuestro único maestro, en este aspecto, fue don Cele. Le convenció a mi abuelo de que mi hermana y yo teníamos que estudiar música y no podíamos faltar un solo día. Sólo los domingos teníamos vacación. Don Cele convenció a Paco Zurita, mi suegro e hijo del tantas veces nombrado Francisco Zurita, el organero, para que volviera a tocar el violín, como lo había hecho en su juventud en Barcelona, Todavía conservo seis programas de conciertos que se dieron en casa de Don Cele entre 1942 y 1944. El cura tocaba el piano y paco Zurita el violín, en el salón de la casa del cura cuyos balcones se abrían para que el público pudiera seguir el repertorio desde la calle. La gente se sentaba en la placeta, en sillas que llevaba de sus casas, frente a la casa de los Múgica y por la calle del Pilar. En los programas, escritos a máquina en una cuartilla por don Cele, había una nota al pie que decía: “sirve de invitación”.
Mi hermana, los hermanos Miguel y Elías Guimerá, Paquita Amposta, Josefina Jarque, Esperanza y Margarita Zurita, Teresa Navarro, Florián Segura, Honorio Izquierdo, Octavio Estevan, Jaime Jarque, Ezequiel Bayod, Juanito Mompel o Pablo Belvis aparecen en estos programas como participantes en los conciertos organizados por don Cele. Fue una época irrepetible. Don Cele era muy amigo de Luis Urteaga, gran músico que hizo bastantes composiciones para Belmonte. Creo que fue director del Orfeón Donostiarra. Era muy amigo de don Cele pero no vino nunca a Belmonte. Don Cele tenía una gran formación musical, renegaba de la escuela decimonónica de Hilarión Eslava y nos enseñaba con el método ‘Solfeggio dei Solfeggi’ de la escuela italiana. Yo lo que sé de música se lo debo todo a don Cele. Igual que mi hermana. A él le debemos que yo haya seguido tocando el órgano y que hayamos continuado con el coro parroquial hasta hoy. Ahora lo que espero es que traigan pronto de Teruel la maquinaria y podamos volver a escuchar el sonido de este instrumento tan singular a juicio de todos los entendidos.
¿Cómo se estableció usted de carpintero?
Pues no hice más que seguir con el oficio de mi abuelo. Aunque, luego, claro, bajaba a Alcañiz y veía que allí se trabajaba con modernas máquinas cepilladoras y todo eso. Pensé en comprarme una para ponerla en el pueblo. Pero sólo había electricidad por la noche y de día, nada. Así que me puse una instalación desde el transformador, en una cochera del Arrabal porque, de esa forma, era más barata. El lucero José Sales me puso la línea de sólo diez metros. Mi abuelo ya no vio la máquina. La compré en Zaragoza, me costó 18.000 pesetas. De carpintero he hecho muchas cosas. Aunque antes no se hacían obras completas, sino que casi todo eran remiendos, pequeños trabajos. La obra de la que me siento más orgulloso es la de la reforma de la iglesia. Entre el herrero, José Pérez Villarroya, que hacía los clavos de forja y yo pusimos el zócalo y construimos el altar, todo con madera de olivos de los campos del pueblo. El cura, Mosen Juan Bautista, movilizó a la gente y todos traían troncos con los carros. También hice todos los bancos de la iglesia, con un modelo que me trajo de Daroca Mosen Andrés Estrada. En fin, mucho. ¡En tantos años!
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