Madera de músico

febrero 16, 2008

Pablo Martín Marqués (Belmonte, 1927) es carpintero-ebanista, organero y organista, músico por vocación y educación recibida, junto a su hermana Paz y otros vecinos del pueblo, de Celedonio Múgica Aguirre, un sacerdote vasco que regentó la parroquia de Belmonte durante los primeros años de la posguerra civil del siglo pasado. Pablo Martín espera con ilusión el momento en que el órgano de entonación mayor de la iglesia de Belmonte, construido entre 1847 y 1851, vuelva a sonar completamente restaurado.

Texto y fotos: Ramón Mur

PABLO MARTÍN, CARPINTERO Y ORGANISTA

El altar de la iglesia

se hizo con madera

de los olivos de Belmonte”

Soc lo primer”, decía Pablo Martín el día que entró en la Escuela de Belmonte con cinco años. Su tío Ángel le había enseñado las primeras letras en casa. Por eso el zagal se sentía aventajado entre los más de 60 escolares masculinos que entonces tenía el pueblo. Paz y Pablo Martín fueron, en todo caso, los primeros en música, discípulos predilectos en las clases de solfeo de don Cele. El cura guipuzcoano impartió lecciones de emisión e impostación de voz a la hija mayor de Rafael Martín y Enriqueta Marqués. Y mientras Paz se educaba en el ‘bel canto’, su hermano Pablo seguía de manera concienzuda los pasos que don Cele marcaba para progresar en los cursos de piano. Por tradición familiar, Pablo se hizo, además, maestro carpintero tras los pasos de Francisco Zurita Castelnou y de su abuelo materno, José Miguel Marqués. Además de iniciarse en el oficio de organero, con ellos se especializó en el arte de modelar y tornear la madera. La obra de carpintería de la que Pablo Martín se siente más orgulloso es la construcción del actual altar mayor y del zócalo del presbiterio con madera de olivo de los campos de Belmonte aportada por sus propios vecinos.

Usted nació en la casa familiar de la Plaza del Solá…

No, no. Mi hermana y yo nacimos en una casa del Carrer França que hace esquina con la de ‘El Plano’, cerca de ‘El Palio’. Era la casa de la familia Marqués. Mi padre, Rafael Martín, y su hermano, el tío Ángel, procedían de una casa en la Bajada de la Muela. Se casaron con dos hermanas, Enriqueta y Celeste Marqués, y se fueron a vivir al ‘Carrer França’. Pero éramos mucha cuadrilla de familia porque vivían también con nosotros los abuelos. Total, que mis padres y mis tíos, por los años de la guerra, compraron la casa de la Plaza del Pilar o del Solá donde hoy vivo con mi mujer, Esperanza Zurita, y en la que he vivido toda mi vida, salvo esos primeros años. Esta casa surgió de la reforma de otra que ya existía. La construyó la familia Múgica a principios del siglo XX, hacia 1915, y fue del canónigo José María Múgica. Mis padres la compraron a Emilia Múgica que era tía de don Cele. Yo siempre he sabido que esta casa la hicieron los Múgica, que descendían de un constructor de carreteras, poco después de la casa Angosto del ‘Carrer de la Font’ sobre cuya puerta principal está grabado el año de 1910. Bueno, pues poco después hicieron ésta.

¿Qué recuerda de su infancia y de los años de la guerra?

¡Huy, madre mía! Yo nací en 1927. Pues, cuenta, cuando empezó la guerra era un chaval. Puede que fuera a la escuela sobre los cinco años. Y cuando entré ya sabía leer porque me había enseñado el tío Ángel. Era el más pequeño de la escuela de chicos, que seríamos unos sesenta. Yo decía que era ‘lo primer’. Y era el último, que había entrado hacía cuatro días. Teníamos un buen maestro, muy mayor, don José, con unas gafetas de esas que se doblaban, y debía de ser pariente de los Estrada. De la guerra recuerdo que nos fuimos varias familias por las cuevas del contorno a refugiarnos, pero mi padre se quedó en casa. Y, claro, cuando volvimos era una de las pocas viviendas que no habían saqueado.

¿Cómo es que los miembros de su familia son conocidos como ‘los dotoricos’?

En la familia de los Martín eran tres hermanos. Uno, mi abuelo, llamado Pablo Martín, que murió joven con 38 años, de una pulmonía. Bien, pues mi abuelo se quedó en casa para llevar la tierra. Pero los otros dos estudiaron y se hicieron médicos. Fernando fue médico en Fuentespalda y se puso muy enfermo. Que tenía una ‘malantía’, decían. Lo trajeron a Belmonte y estuvo así, sin moverse, siete u ocho años. Pues resulta que lo que tenía era una diabetes, pero entonces no lo sabían.

¿Ustedes, entonces, vivían todos en esta casa como en una sola familia?

Exacto. Mi padre, Rafael, y mi tío Angel se casaron con dos hermanas, como he dicho, Enriqueta y Celeste Marqués. Mi madre guisaba para todos y mi tía Celeste era modista y hacía costura para el pueblo. Con nosotros vivían mis abuelos, los padres de mi madre y de mi tía Celeste, que eran José Miguel Marqués y Felisa Celma, que descendía de La Cerollera. Mis padres tuvieron dos hijos, Paz y yo. Y el tío Ángel y la tía Celeste, que murió hace pocos años, eran los padres de mi prima Pili, también fallecida hace dos años.

Y en esto apareció don Cele

Muy bien. Era algo pariente de los Martín. Y, bueno, desde el primer momento tuvimos una gran relación. Porque, ya verás, mi abuelo materno, José Miguel Marqués, sabía música y latines porque había estudiado en el Seminario de Belchite. Bueno, pues don Cele y él congeniaron enseguida. Acababa de terminar la guerra. Mira, íbamos a la Escuela pero don Cele le dijo a mi abuelo que a estos chicos les tengo que enseñar solfeo. Y sí, sí. Mi hermana aprendió con él a emitir la voz, yo estudiaba piano. Aquello era un conservatorio. Hubo varios cursos de solfeo. don Cele iba por las tardes a la Escuela. Los chicos y chicas de la época tuvieron todos algunas nociones de música. Pero a mi hermana y a mí nos dedicó más atención, teníamos que ir todas las noches, sin faltar una, a su casa.

Su abuelo, el tío José Miguel, fue también todo un personaje

Tenía una historia muy singular. Era una persona muy querida en el pueblo. José Miguel Marqués Zurita era sobrino de Francisco Zurita Castelnou, carpintero y maestro organero, que hizo el órgano de Monroyo y otros de la zona. El padre del yayo José Miguel era albañil, que dicen que construyó la capelleta de san Cosme. Total, que el yayo, de crío, fue al seminario de Belchite. Pero un verano se accidentó haciendo un pozo en el seminario. Fueron a buscarlo, se lo trajeron sus padres con la pierna rota. El caso es que aquel verano, mi abuelo José Miguel conoció a mi abuela Felisa y … ya no quiso volver a Belchite. Se casaron con 17 años cada uno, más o menos. Por entonces, vino de Barcelona Francisco Zurita, que ya estaba especializado en carpintería para organeros. Y mi abuelo José Miguel se puso a trabajar con él. A todo esto, Francisco Zurita era sobrino de otro famoso carpintero, Luciano, el que dicen que puso todos esos maderos del tejado de la iglesia que ahora están quitando. Pues este Zurita y dos sobrinos suyos, uno de ellos mi abuelo José Miguel, montaron una carpintería en la calle del Pilar y más tarde en la casa de la subida de la Escalereta. Arreglaron todos los ‘manchones’ de los órganos de la contornada y qué se yo. Había mucho abandono, los cueros estaban comidos por las ratas y tuvieron mucha faena de hacer arreglos por esos pueblos.

Parece obvio preguntar que usted aprendió el oficio de carpintero con su abuelo. ¿Y también se hizo músico con él?

Mi abuelo tuvo el taller durante muchos años en el ‘fossaret’ en la que hoy es casa del cura, donde estuvo el teleclub. Yo, claro, aprendí el oficio con él. Conservo todas sus herramientas. Todo era artesanal. No había máquinas, la primera la compré yo. Todo lo que sé de música, en cambio, lo aprendí con don Cele. Con mi abuelo, de eso, de solfeo, nada. Nunca nos enseñó música. Nuestro único maestro, en este aspecto, fue don Cele. Le convenció a mi abuelo de que mi hermana y yo teníamos que estudiar música y no podíamos faltar un solo día. Sólo los domingos teníamos vacación. Don Cele convenció a Paco Zurita, mi suegro e hijo del tantas veces nombrado Francisco Zurita, el organero, para que volviera a tocar el violín, como lo había hecho en su juventud en Barcelona, Todavía conservo seis programas de conciertos que se dieron en casa de Don Cele entre 1942 y 1944. El cura tocaba el piano y paco Zurita el violín, en el salón de la casa del cura cuyos balcones se abrían para que el público pudiera seguir el repertorio desde la calle. La gente se sentaba en la placeta, en sillas que llevaba de sus casas, frente a la casa de los Múgica y por la calle del Pilar. En los programas, escritos a máquina en una cuartilla por don Cele, había una nota al pie que decía: “sirve de invitación”.

Mi hermana, los hermanos Miguel y Elías Guimerá, Paquita Amposta, Josefina Jarque, Esperanza y Margarita Zurita, Teresa Navarro, Florián Segura, Honorio Izquierdo, Octavio Estevan, Jaime Jarque, Ezequiel Bayod, Juanito Mompel o Pablo Belvis aparecen en estos programas como participantes en los conciertos organizados por don Cele. Fue una época irrepetible. Don Cele era muy amigo de Luis Urteaga, gran músico que hizo bastantes composiciones para Belmonte. Creo que fue director del Orfeón Donostiarra. Era muy amigo de don Cele pero no vino nunca a Belmonte. Don Cele tenía una gran formación musical, renegaba de la escuela decimonónica de Hilarión Eslava y nos enseñaba con el método ‘Solfeggio dei Solfeggi’ de la escuela italiana. Yo lo que sé de música se lo debo todo a don Cele. Igual que mi hermana. A él le debemos que yo haya seguido tocando el órgano y que hayamos continuado con el coro parroquial hasta hoy. Ahora lo que espero es que traigan pronto de Teruel la maquinaria y podamos volver a escuchar el sonido de este instrumento tan singular a juicio de todos los entendidos.

¿Cómo se estableció usted de carpintero?

Pues no hice más que seguir con el oficio de mi abuelo. Aunque, luego, claro, bajaba a Alcañiz y veía que allí se trabajaba con modernas máquinas cepilladoras y todo eso. Pensé en comprarme una para ponerla en el pueblo. Pero sólo había electricidad por la noche y de día, nada. Así que me puse una instalación desde el transformador, en una cochera del Arrabal porque, de esa forma, era más barata. El lucero José Sales me puso la línea de sólo diez metros. Mi abuelo ya no vio la máquina. La compré en Zaragoza, me costó 18.000 pesetas. De carpintero he hecho muchas cosas. Aunque antes no se hacían obras completas, sino que casi todo eran remiendos, pequeños trabajos. La obra de la que me siento más orgulloso es la de la reforma de la iglesia. Entre el herrero, José Pérez Villarroya, que hacía los clavos de forja y yo pusimos el zócalo y construimos el altar, todo con madera de olivos de los campos del pueblo. El cura, Mosen Juan Bautista, movilizó a la gente y todos traían troncos con los carros. También hice todos los bancos de la iglesia, con un modelo que me trajo de Daroca Mosen Andrés Estrada. En fin, mucho. ¡En tantos años!

 

 

 


Antonio Mompel, 91 años. La voz de la experiencia en un labrador

diciembre 23, 2007

Si volviera a nacer, volvería a ser agricultor

Textos: Ramón Mur

Fotos: Ramón Mur y Javier Rey

Antonio Mompel Gascón cumplió 91 años el pasado 15 de julio. Su cabeza bajaría todavía todos los días al huerto, pero sus piernas hace meses que son incapaces de seguir la mente lúcida de este labrador belmontino, agricultor de vocación. El susto de una caída de espaldas en el campo, cuando la sulfatadora de mochila venció su cuerpo hacia atrás, fue el argumento convincente que le hizo recluirse en casa. Desde entonces, Antonio Mompel sigue la vida de Belmonte por el balcón, sentado en el mismo alféizar y con la mirada puesta en la calle Mayor. Nunca tuvo tractor, siempre roturó la tierra con caballerías. Su carro, con el que Antonio Mompel iba y venía de ‘Les Aguiletes’ o del ‘Mas del Español’, está aún a la intemperie en la era de trillar que los Mompel tenían debajo de La Muela. El hijo mayor de Juan Antonio Mompel y Evarista Gascón fue de los pocos hombres que, en los tiempos duros, jamás bajó a la mina. Lo suyo fue siempre el campo, duplicó la hacienda que heredó, plantó almendreros en la época buena de la almendra y cultivó con esmero olivos en medio término de Belmonte. Antonio Mompel presenta una hinchazón en la mano derecha con la que antaño movió pucheros en la cocina del Ejército Republicano, en Utrillas, y rasgó las seis cuerdas de la guitarra en la rondalla del pueblo. Su mujer, Sofía Zavala, corrobora la sentencia inapelable de Antonio: “Si volviera a nacer, volvería a ser agricultor”.

¿Le gusta decir los años que tiene?

Muchos años, chiquet, tengo muchos años. Nací el 15 de julio de 1912 en el Hostal que tenías mis padres, Juan Antonio Mompel Cros y Evarista Gascón Guimerá. Mi abuelo, Antonio Mompel, ‘lo tio Palanquí’, nació en Palanques, un pueblo de Castellón. Como en casa eran 122 hermanos, tuvo que salir a probar suerte y se quedó en Belmonte donde se casó. Teníamos fonda y a mí, como era el mayor, me tocó trabajó mucho desde chico. Por allí pasaba mucha gente: viajantes, botiguers y de todo. Yo llegaba del campo y me tocaba llenar los sacos de paja sobre los que dormían los huéspedes. Así pasaban la noche mi madre les daba de comer en una sala grande que había en el piso de arriba. Por mi casa pasaba mucha gente. Todavía estaba el Hostal Vell, pero allí iba menos gente.

¿Dónde hizo el Servicio Militar?

El Servicio lo hice en Zaragoza, en el Cuartel del Huerva. Estuve muy bien, de asistente para el teniente Tegel, que todo el día estaba de guardia. Yo llevaba la comida al retén.

Volvió a Belmonte … ¿y?

Me casé con una hija del tio Juan Antonio ‘El Español’, Carmen Estevan, pero enviudé a los 27 años. Luego conocí a mi mujer que era de Ráfales porque mi tío Miguel, que vivía allí, me dijo que había una chica casamentera. Estuvimos pocos meses festejando y nos casamos en la iglesia de Ráfales el 24 de abril de 1948. Yo tenía 35 años y ella 29.

Usted, Antonio, ¿ha sido siempre agricultor?

Siempre. De joven estuve una temporada en Alcañiz porque querían que me hiciera practicante. Empecé aquí ayudando al barbero de ‘remullador’ y en Alcañiz me puse a trabajar en otra barbería. Pero estudiaba poco y me volví al pueblo, al campo, que es lo que me ha gustado. Me puse a trabajar en las tierras de mi mujer. Con la ayuda de mi padre, trabajé la tierra y doblé las fincas. La mayoría de los hombres iban a la mina, pero a mí nunca me chocó. Lo mío ha sido el campo y el ganado. Teníamos un corral en el Arrabal, con gallinas y gorrinos. Las ovejas y las cabras las llevaba a pastar Miguel Guimerá en La Dula del pueblo.

¿Qué recuerdos tiene de su juventud?

Tocaba el laúd en la rondalla y también el violín, a oído porque nunca aprendí solfeo. En la orquestina estaban antes que los de mi edad, Alejandro Calvo y Pedro José Insa con la guitarra. Enrique Marqués tocaba la bandurria y Agustín Bas, ‘Lo tio Agustín Lo Basso’, “som pare de la dona del tio Carlos”, era un artista acompañando con el cántaro y hacía: pon, pon, pon. Luego nos fuimos incorporando Octavio Estevan (guitarra), Pablo Bayod (bandurria) y yo mismo, que tocaba el laúd. Recuerdo que en 1928 la Rondalla de Belmonte consiguió el segundo premio en un certamen de jota que se celebró en el Teatro Municipal de Zaragoza. El primer premio fue para Nuez de Ebro. Nosotros no fuimos porque éramos jóvenes todavía, yo tenía 16 años. Pero me acuerdo que decían que en los periódicos se destacó que el segundo premio había sido para “la rondalla del cantarico”.

¿Se cantaba entonces más la jota en el pueblo que hoy?

Entonces se cantaba mucho, yo mismo lo hacía y no era de los mejores pero tampoco malo. Había muy buenos joteros, como José Izquierdo, que murió en la mina. En lo de Zaragoza ocurrió que Belmonte llevaba un jotero de Calanda muy famoso, Manuel Gascón, casado con Pelegrina Galve, hija del herrero de Belmonte, Luis Galve. Gascón se puso afónico y le tuvo que sustituir Alejandro Calvo, que era algo mayor que yo aunque luego tocamos juntos muchos años.

¿Cómo le fue a Antonio Mompel en la guerra?

En aquello nos fue mal a todos. Hubo un pregón y nos tuvimos que presentar en Alcañiz. Pero, dentro de lo malo, yo me pasé la guerra de cocinero del Ejército Republicano en Utrillas. Como sabían que en el pueblo teníamos hostal y hacía unas paellas muy buenas, me propusieron para jefe de cocina y acepté pero con una condición: que había de tener dos ayudantes elegidos por mi. A los jefes les pareció bien y elegí a Manolo Martín y Pedro Faci, los dos de Belmonte, por supuesto. Casi todo el tiempo estuvimos en Utrillas pero también en otros puntos del frente, como Segura de Baños.

Después de la guerra, ¿cómo le fue al regresar al pueblo?

En el tren me encontré con Juan Antonio Mir (‘El Manga’) que volvía del frente, pero él era requeté. Los dos volvimos juntos. Me encontré la casa vacía y mi familia estaba escondida en una cueva, cerca del mas. El puesto de cocinero me vino muy bien para no pasar hambre, porque se pasó mucha necesidad. El teniente nos daba potes de leche condensada. Recuerdo que atendíamos a familias necesitadas y a chiquets que se habían quedado sin padres. Una vez, durante la guerra, fui a Castellote y estaba afeitándome en una barbería. Unos chicos no paraban de mirarme. Uno de ellos me dijo: “yo le conozco a usted”. Eran hijos de un hombre, que tenía minas de carbón, al que mataron los rojos. Nosotros les dábamos de comer todos los días. Me llevaron a ver a su madre y aquella mujer se nos abrazó a los soldados llorando.

Usted ha sido siempre labrador…

Siempre.

¿Y nunca tuvo tractor?

Nunca. Yo siempre trabajé con caballerías, primero con burras, luego con machos. He trabajado mucho en el campo. A veces, tenía gente a jornal. Pero, para ahorrar jornales, la mujer me ha tenido que ayudar mucho y también le ha tocado cargar sacos. ¡Ah!, también, también. Me ha gustado mucho el campo. Los chicos se tuvieron que ir, el uno a Barcelona y la otra en Zaragoza. Tuvimos una maestra en casa, hospedada durante más de dos años, y aquella le dijo a mi mujer que tenía que enviar a la chica a estudiar. El chico era listo, pero la chica aprovechaba más. Pero a mi el campo es lo que me ha gustado, si pudiera aún bajaría al huerto. Si volviera a nacer, volvería a ser agricultor.

 


Entrevista Victor Angosto

diciembre 23, 2007

 

VÍCTOR ANGOSTO ZURITA: UN BELMONTINO PRESIDENTE DE LA COMARCA DEL BAJO ARAGÓN.

ESTOY AQUÍ PARA TRABAJAR POR EL PUEBLO”

Víctor Angosto Zurita, además de alcalde de Belmonte es, desde el 30 de julio último, presidente del Consejo Comarcal del Bajo Aragón del que forman parte 20 pueblos, desde Aguaviva hasta Valdealgorfa. La capital está en Alcañiz, como no podía ser menos, pero el sentido comarcalista ha querido que el presidente sea de un pueblo con menos de 200 habitantes. La responsabilidad, el cargo y también la carga han recaído sobre nuestro alcalde. A su juicio, está en política “para trabajar por el pueblo”. Víctor está casado con Lucía Meiro y tienen dos hijos, Belén y Víctor. El padre del actual presidente de la comarca fue también alcalde de Belmonte durante muchos años.

Cuando somos niños todos tenemos un sueño, transpórtese a su niñez, ¿qué le gustaría ser de mayor?

Yo nací en Belmonte y tuve la oportunidad de salir a formarme fuera. ¿Qué esperaba ser de mayor? Pues no sabría decirlo exactamente. Mis aspiraciones eran abrirme paso en la vida con dignidad, como todo el mundo. Pero, desde luego, a pesar de haber salido pronto del pueblo mis pensamientos siempre estuvieron relacionados, de una forma u otra con Belmonte, con mis orígenes. Lo que no quiere decir que yo de chaval soñara con hacer grandes cosas por mi pueblo. Simplemente, soy de aquí y siempre lo seré. Punto.

¿Ha sido siempre la política para usted una de sus grandes aspiraciones en la vida?

Para nada. Estoy en política por accidente. Afortunadamente, no necesito vivir de la política. Esto no quiere decir que, una vez dentro, no me entregue a la actividad pública con la máxima responsabilidad y que incluso me parezca apasionante poder trabajar para el servicio a los ciudadanos desde las instituciones.

¿Por qué y para qué ha desembarcado usted en política?

No me parece adecuado el verbo desembarcar, al menos en mi caso. Yo me presenté a unas elecciones para ser concejal de mi pueblo y en ese momento empezó todo. Podía haberme parado en ese punto o seguir y opté por continuar en la actividad política con el Partido Aragonés. Pero ni desembarqué ni tenía un objetivo especialmente marcado que no fuera el de trabajar para mi pueblo.

¿Es su objetivo final en política ser diputado por el PAR?

Estoy cansado de escuchar ciertas impertinencias. En todo caso, no creo que ser presidente de la Comarca del Bajo Aragón sea menos dignidad que la de diputado por el PAR, no sé si provincial o si en las Cortes de Aragón o en qué institución. Porque es que no sé muy bien a qué ser refieren esos rumores que me apuntan.

¿Qué son y para qué van a servir las Comarcas?

La comarcalización de Aragón es uno de los proyectos más ambiciosos de vertebración del territorio en la historia de nuestro antiguo reino, hoy comunidad autónoma. Las comarcas sirven para acercar la Administración al ciudadano y para crear un territorio más equilibrado y justo con un reparto equitativo de los recursos e incluso de la población.

¿Cómo fue su elección?

Fui elegido presidente del Consejo Comarcal del Bajo Aragón como consecuencia y en aplicación del pacto global PAR-PSOE.

¿Considera usted que son siempre legales los acuerdos postelectorales entre partidos diferentes? ¿No se está engañando al electorado?

La Ley establece que cada institución tenga que ser gobernada por una mayoría determinada para poder aprobar sus presupuestos y lograr la gobernabilidad. Si un partido gana las elecciones, como ha sido el caso del PSOE en Aragón, y es el más votado pero no consigue la mayoría absoluta para gobernar, su única salida es pactar con otra formación política, lo que es perfectamente legal. Y, por supuesto, que con estos pactos no se engaña al electorado.

¿Cuáles son sus objetivos más inmediatos como Presidente de la Comarca del Bajo Aragón?, ¿y a medio plazo?, ¿y a largo plazo?

Las comarcas son unas instituciones recién constituidas. La del Bajo Aragón va a vivir su primera legislatura completa desde que se constituyó en junio de 2002. Nuestro primer objetivo es por tanto, comenzar a rodar y consolidar la institución. La comarca es una institución de los pueblos y para su servicio en la que tienen que primar los proyectos comunes sin excluir a nadie. En nuestro caso, somos 20 pueblos y buscamos dotar a este Bajo Aragón de los 20 de una estructura institucional compartida que redunde en beneficio en todos. Yo estoy convencido de que la Comarca del Bajo Aragón, por su historia y por sus características, va a ser una auténtica locomotora de las restantes comarcas de la provincia de Teruel.

Parlem de Bellmunt”:¿Se pueden compaginar al mismo tiempo y bien las funciones de Alcalde de Belmonte de San José con las de Presidente de la Comarca del Bajo Aragón?

Yo creo que las dos funciones son perfectamente compatibles. Todos los miembros del consejo comarcal son concejales o alcaldes de los pueblos. De todas formas, si el tiempo demuestra que no son compatibles ambos cargos, llegado el caso habría que tomar una determinación. Pero ese momento no llegado. En todo caso, habría que hacer esta pregunta: ¿Alguien piensa, de verdad, que el hecho de que el alcalde de Belmonte sea presidente de la Comarca perjudica en algo al pueblo?

¿Cuál es, en su opinión, la labor más notable de su gestión como Alcalde de Belmonte de San José?

Yo no quiero hacer balances de gestión a todas horas. No estoy aquí para resaltar labores notables ni para colgarme medallas, sino para trabajar por el pueblo. Podemos errar, pero me gustaría que esta misma disposición de trabajar por el pueblo la tuvieran todos los belmontinos. Otro gallo nos cantaría. Los ciudadanos están viendo los proyectos que se están llevando a cabo en Belmonte. Hemos concluido unos y estamos a punto de comenzar la ejecución de otros muchos que se desarrollarán a lo largo de los cuatro años. Pasen por el pueblo y vean.

¿Cuáles son las principales carencias que ha advertido en nuestro pueblo y qué medidas ha adoptado o piensa adoptar para paliarlas? Ofrézcanos algo tangible.

Belmonte pertenece a un entorno determinado. Sus carencias son las mismas que sufren todos los pueblos de una de las provincias más despobladas de España y con menor índice de población por kilómetro cuadrado. ¿Algo tangible para solucionar esta situación? Pues la que a todas horas reclama esta tierra en todas las instancias nacionales y europeas: mejora en infraestructuras, industrialización y, en definitiva, medidas para repoblar nuestra tierra.

¿Piensa usted que el despoblamiento y el envejecimiento de la población son problemas estructurales sin solución? ¿Cómo se podrían afrontar?

Esta pregunta enlaza con la interior. Aquí no hay más solución que crear microempresas y traer nuevos pobladores porque si en los pueblos apenas se dan nacimientos, habrá que atraer población inmigrante. En este sentido, me parece importante trabajar en la línea de crear empresas de ámbito familiar.

Imagine… ¿Cómo sería su Belmonte ideal?

Sería un Belmonte con buenas comunicaciones, atractivo para el turismo, con más familias jóvenes, la escuela abierta, con más de mil habitantes, etcétera. Pero no nos engañemos soñando en un pueblo idílico. Estamos donde estamos y trabajamos día a día, ‘partido a partido’. Y nuestros problemas, como ya he dicho, son los mismos que los de todos pueblos de nuestro entorno. Todos tenemos que trabajar en la misma línea para frenar la despoblación y aumentar el desarrollo integral. Para eso, por cierto, tienen que servir las comarcas.

Conoce usted a Juan José Belvis, ¿opina usted como él en cuanto a la viabilidad de la asamblea vecinal como forma de hacer política en núcleos pequeños?

Una cosa es la teoría y otra muy distinta la realidad pura y dura de nuestro pueblo. Por desgracia, en pueblos tan pequeños como el nuestro, todos somos hermanos pero no siempre del todo bien avenidos. En estas circunstancias, soy partidario de hacer todas las consultas que sean necesarias a los vecinos y de apoyar el asociacionismo, como es el caso de la Asociación Cultural o el Centro de Convivencia de la Tercera Edad. Pero recelo bastante del asamblearismo. Al menos, ya digo, en las actuales circunstancias.

¿De qué puede vivir un joven que decida residir en Belmonte? ¿Se podrían promover desde el Ayuntamiento o la Comarca cooperativas agrícolas y ganaderas?, o, si el futuro es el turismo ¿cómo se puede apoyar al particular desde las instituciones? ¿No cree usted que el futuro puede ser una combinación de ambas cosas?

Me canso de decir que el futuro de Belmonte está en la combinación del turismo con la formación de pequeñas empresas productivas. Existen ayudas del Gobierno de Aragón para la formación de todo tipo de empresas. En muchos pueblos del Matarraña, por ejemplo, estas ayudas se están notando ya. ¿Por qué no ocurre lo mismo en Belmonte? ¿No será porque de aquí no surgen iniciativas particulares? De todas formas, los que se han arriesgado a montar granjas y alguna otra pequeña industria en nuestro pueblo, están saliendo adelante con probada dignidad. Y en cualquier caso, el Ayuntamiento apoya todo proyecto que surja en el pueblo y en este momento está en estudio la viabilidad de una pequeña industria. Ni el Ayuntamiento ni la comarca tienen recursos económicos en este sentido pero pueden, y lo hacen, apoyar la presentación de proyectos ante el Gobierno de Aragón, CEPYME, Omezyma, etcétera.

¿Ve la conexión de Belmonte con el mundo por el camino de las Tosas?

Cualquier nueva vía de comunicación será bienvenida. Una salida rápida a la carretera nacional 232 por ese punto, sería positiva para el pueblo.

¿Cómo escribimos Xapurriau o Chapurriau o continuamos sin poder escribirlo?, ¿qué podríamos hacer por nuestra lengua?

Sobre este asunto sólo quiero decir que soy de un pueblo bilingüe y quiero que esta cuestión sea abordada en la forma que proceda. El vicepresidente del Gobierno de Aragón, José Ängel Biel, anunció hace poco su propósito de consensuar en este legislatura, en las Cortes de Aragón, una Ley de Lenguas que creo muy necesaria.

Usted que es gran amante de la música ¿para cuándo tiene previsto escuchar un concierto con el órgano de Belmonte?

Tengo absoluto convencimiento de que antes de que acabe esta legislatura el órgano de Belmonte volverá a sonar con todo su esplendor. Este asunto está directamente relacionado con las obras de reforma que se van a acometer ya en la Iglesia. Por fin, en contra de lo que muchos pensaban, la restauración tanto del templo como del órgano, se van a convertir en una feliz realidad gracias a los esfuerzos del Ayuntamiento.

Para finalizar, ahora que usted ocupa un cargo relevante dentro de la política regional, ¿cómo animaría a ese cada vez mayor grupo de personas que creen que poblaciones como Belmonte van a desaparecer?, ¿qué argumentos les daría para calmarlos?

Ese grupo, que dicen que es cada vez mayor y que piensa que el pueblo está en trance de desaparecer, lo que tiene que hacer es ponerse a trabajar y a colaborar con el Ayuntamiento para que esto no ocurra nunca. Los argumentos que les daría es que se pongan a trabajar para calmarse porque el trabajo calma el cuerpo y el espíritu. El que Belmonte no desaparezca es algo tan trascendental que no puede ser tarea exclusiva de cinco personas, por muy concejales que sean, sino que corresponde a todos. Porque todos viajamos en el mismo barco. En todo caso, yo no comparto el catastrofismo de ese grupo que dice ser cada vez mayor sino que estoy convencido de que en los próximos años se van a comprobar los resultados de todo lo realizado por el Ayuntamiento.