Trece Testimonios y un siglo.
Debemos agradecer a la Asociación Cultural de “Amigos del Mezquín” la iniciativa que tuvo al organizar la exposición de la “Escuela de Belmonte” en el verano del 2003, ya que reavivó una serie de recuerdos y vivencias que a lo largo de los números de esta revista hemos pretendido explorar y recuperar.
Para este número hemos entrevistado a una serie de belmontinos y belmontinas que conocieron la tristemente desaparecida escuela de nuestro pueblo en diversas épocas de nuestra historia. En los años 20 se sentaban en los pupitres Trinidad Bayod, Pilar Bayod Girald y Tremedal. En los años 30 escribían en la pizarra José Miguel Castellnou y Miguel Guimerá. En los años 50-60 abrían sus libros Conchita Martín Celma y Antonio Mompel Zabala. En los años 60-70 aprendían a leer Ana Mari Pérez Vidal, Gloria Ana Cros Martín, . En los años 80 Sara Bosque Boix, Daniel Guardiola Ruíz y Javier Angosto Martín serían algunos de los últimos alumnos que la habitación de encima del bar vería entre sus paredes. Es curioso cómo la memoria de estas personas está ligada a la historia de nuestro país, al desarrollo educativo del siglo XX y a los diferentes tipos de vida que el entorno rural de Belmonte proporcionó a cada una de estas familias en sus diferentes épocas. Pero lo más curioso es que podemos descubrir con cierta tristeza que nuestro sistema educativo no ha sufrido grandes cambios; ni a niveles técnico-pedagógicos, ni en cuanto al funcionamiento organizativo de las aulas.
En los años 20 Belmonte contaba con una escuela situada en lo que hoy es el bar y el hostal. Era lo que se denomina una escuela unitaria. Y desde luego, no era una escuela mixta: las niñas estaban donde hoy se encuentra el hostal, y los niños abajo (en el bar). Por estas fechas se vivía la época de la Restauración (1874-1923), en la que se impulsó una nueva constitución y una monarquía constitucional que supo conjugar el sufragio universal, la declaración de los derechos y la tolerancia religiosa. Pero en política escolar no se dio ningún consenso y la Constitución de 1876 en su artículo 11, reconoció la religión católica como la oficial del Estado, aunque a su vez también proclamó la libertad de cultos y de conciencia. Los sectores políticos no volvieron a centrarse en los temas educativos hasta la crisis interna que sufrió el país al perder las colonias de Asia y América a finales del siglo XIX: la frase de “salvar a España por la escuela”. Esto dio lugar al consenso entre progresistas y liberales, además de la labor intelectual promovida por los miembros de la conocida generación del 98 (Unamuno, Azorín, Pío Baroja…). En esta época el salario de los maestros pasó a pagarse por el tesoro público, ya que anteriormente lo pagaban los ayuntamientos y era bastante deficiente. A pesar de las reformas pretendidas no crearon ninguna política coherente porque los Gobiernos en esta época duraban como mucho cinco meses. El 13 de octubre de 1923 el general Primo de Rivera encabezó un golpe militar que puso fin a la Restauración, y será en 1931 tras el triunfo de los partidos republicanos y socialistas en las elecciones municipales del 14 de abril cuando se proclame la Segunda República (1931-1936). En la Segunda República se reguló el bilingüismo y se permitió que en las escuelas primarias se enseñara en la lengua materna, aunque fuera diferente a la del castellano. De todos modos en la escuela de Belmonte como siempre hubo maestros de otras zonas no catalano – parlantes siempre se impartieron las clases en castellano.
Tras esta breve contextualización histórico-política volvemos a los alumnos de Belmonte que por esas fechas estaban en la escuela. Será en este contexto político-social en el que Trinidad Bayod, Tremedal, Pilar Bayod, José de Miguel Castellnou y Miguel Guimerá vivieron su época escolar. Parece que en nuestro pueblo este tipo de confusiones políticas no afectaban a la cotidianidad de sus habitantes. Los niños y niñas entraban en la escuela con seis años y salían con 14. Pilar Bayod nos explicó que – Yo entré a los 4 años en la escuela, pero pagando porque hasta los 6 no era gratis. Teníamos que darle una peseta al mes a la maestra para el parvulario.– La clase se componía de un mobiliario muy simple; una tarima con un sillón y la mesa de la maestra. Las niñas se sentaban en unos bancos grandes de cuatro asientos con cajones para guardar las cosas. Todos recuerdan con poco entusiasmo la obligación de escribir con esos complicados tinteros y plumas que solían dejar rastro por todos los papeles, dedos y ropa que se le acercaran, pero también recuerdan que eran ellas las que tenían que preparar la tinta – Hacíamos la tinta en un puchero de tierra con la medida que marcaba, echábamos los polvos, agua y removíamos con un palo, con esa tinta se escribía muy mal.- De estas palabras de Pilar Bayod podemos comprender todos los estudiantes del siglo XXI la comodidad que supone poseer un bolígrafo o un ordenador para trabajar en clase.
Trinidad Bayod recuerda que al menos había 40 niñas en su clase – Pero ya no vive nadie de mi edad. Algunas de mis compañeras eran Celeste, Encarna, Victoria, Pura, Carmen, Manuela….-. Nos explicó que el horario escolar duraba de 9-13 y de 15-17, los días festivos eran los jueves por la tarde y los domingos, así que ¡los sábados tenían clases! Por las tardes solían realizar labores; tapetes, juegos de cama, pañitos, bordar todo tipo de prendas y por las mañanas tenían lecciones de matemáticas los martes, gramática los lunes, los viernes urbanidad, el sábado catecismo, geometría… Una de las cosas que más recuerdan del colegio es todo lo que aprendieron a coser y los rezos. En cambio los hombres no recuerdan haber rezado en la escuela…
José Miguel Castellnou recuerda algunos de los compañeros que compartieron el aula con él- Raimundo Boix, Adolfo Galve, Lauro Esteban, José Figerola, Eladio Belvis, Pascual Ciprés… Los niños tenían las clases en lo que hoy conocemos como el bar, pero los arcos estaban tapados con un tabique. Su profesor se llamaba Federico Minguez y vivía en el palio porque se había casado con una mujer de Belmonte. En cambio la maestra de las niñas se llamaba en voz de Pilar Bayod -Doña Adelina Enguita Barrachina, natural de Villalba la Alta provincia de Teruel, y vivía en la escuela con sus tres hijos. Tenía la cocina y su habitación casi en la clase de las niñas-. Entre los niños y las niñas no había ningún tipo de actividad en común, ni siquiera compartían el recreo. Pero tanto unos como otros recuerdan los días fríos de invierno, en los que cada niño o niña tenía que llevar al cole su trozo de leña para una estufa, que ellos mismos tenían que encender.
Todos recuerdan los castigos de los maestros, y parece que en la escuela de Belmonte era habitual que te pegaran con una palmeta en la mano, o te metieran en el “cuarto de los ratones”. Un día que la maestra le iba a pegar a Tremedal con la palmeta, esta apartó sus manos en el último momento, consiguiendo de este modo que la maestra comprobara en sus propias carnes lo que imponía a sus alumnas, y como es natural a la maestra no le hizo gracia.
José Miguel Castellnou y Miguel Gimerá recuerdan las redacciones y cuentas que cada día tenían que hacer en la escuela, así como la lectura diaria de un capítulo del Quijote. Ellos y la mayoría de sus compañeros estuvieron en la escuela hasta los 14 años y después se dedicaron a trabajar en sus campos. Tremedal tuvo que abandonar la escuela a los ocho años, Trinidad Bayod tras terminar la enseñanza básica a los 14 años se fue a estudiar a un colegio privado durante dos años a Teruel y Pilar Bayod Girald salió a los 16 años de la escuela y se fue a coser a casa de Nieves Marqués Vilanova. Recuerdan que el absentismo escolar era frecuente porque las labores del hogar requerían de las manos de las hijas sobre todo (ir al horno a amasar, ir a lavar…), y por eso cuando venían las autoridades a examinar a las niñas la maestra sacaba a las más listas a la pizarra. A pesar de no tener videojuegos y de que en su colegio no organizaran viajes de fin de curso, todos recuerdan con mucho cariño sus años escolares, sus compañeros, las exposiciones de labores, ect. En primavera plantaban un árbol en el “Basot” y venían las autoridades, incluso les regalaban un bocadillo de chorizo o salchichón y una naranja. Solían jugar a la comba por las calles y al escondite por todo el pueblo, entrando en todas las casas que estuvieran abiertas; es curioso que muchos de sus compañeros, hoy nietos de la generación que nos cuenta sus recuerdos, también se divirtieran jugando al escondite y a “polis y cacos” por todo el pueblo hasta que se encendían las farolas y los esperaban en casa sus padres. En los años 30, cuando ya los niños se volvían mozos y mozas iban a bailar a casa de las chicas, siempre en compañía de sus madres, y organizaban bailes en los salones los domingos al son de las bandurrias.
El 18 de julio de 1936 comienza la guerra civil española con el alzamiento militar del general Franco. Durante este periodo todos conocemos los sucesos de la tragedia que supone para un país estar dividido, luchar entre hermanos, entre paisanos y entre vecinos; la muerte y la destrucción. No he podido hablar con nadie que asistiera a la escuela durante este período, pero los que se fueron antes como José Miguel Castellnou– Yo salí de la escuela el 6 de diciembre de 1935-, recuerdan que las clases continuaban con normalidad, menos los días que los belmontinos huían hacia las cuevas. Estas escapadas hacia el campo en busca de refugio duraban incluso semanas…
Los años de la Dictadura del General Franco (1936-75) se centraron en la creación de un sistema educativo católico y patriótico. El Estado dejó en manos de la Iglesia el control ideológico de las escuelas y el derecho a inspeccionar la enseñanza en todos los centros docentes. Será en el año 1970 cuando con la Ley General de Educación se ponga en marcha, para reformar el sistema educativo creando lo que hoy conocemos por preescolar, educación general básica, enseñanzas medias y enseñanzas universitarias. Alumnos de la post-guerra son Conchita Martín Celma y Antonio Mompel Zabala. Recuerdan la mantequilla y la leche americana – Cada día uno tenía que calentar la leche en su casa y llevarla al cole. Y cada uno tenía que llevar su trozo de leña-, recuerda Antonio Mompel. Solían llevar su plumier de madera con sus lápices y colores, asistir a la bajada de bandera y sentarse en sus bancos para que el maestro Don Faustino comenzara la lección. Antonio Mompel reconoce que muy pocos querían ir al colegio y que Don Faustino era verdaderamente paciente, pero lo que más recuerda de la escuela era la familiaridad y el compañerismo que existía entre los alumnos. Para él es un orgullo haber conseguido mantener la amistad que por aquel entonces les caracterizaba, pero sobre todo les enorgullece el hecho de que sus hijos hayan tomado su relevo.
Sobre el año 55 hizo las prácticas de magisterio en la escuela de Belmonte Victoria Villalba Pellisa, natural de Maella pero de abuela belmontina. Por aquel entonces la maestra era Doña Dolores, y algunas niñas todavía hoy recuerdan a esta chica de 25 años que solía llevarlas a hacer Gimnasia y a cantar. Victoria recuerda gratamente su estancia en el pueblo. Había cerca de 25 niñas en la clase, dividida por secciones según las edades. Cada día se impartía una lección, lectura y dictado. Los ejercicios solían hacerse en grupos y las mayores ayudaban a las pequeñas.. Salí entusiasmada con la disciplina y el carácter de las belmontinas, dóciles, trabajadoras y con sus cuadernos muy limpios. Una de las cosas que me sorprendió del pueblo, es que las cabras fueran solicas a su casa-, estos son parte de los recuerdos de Victoria Villalba en nuestro pueblo.
Conchita Martín Celma recuerda algunas de sus compañeras; Pili, Aurelia, Carmen, Pepita, Mº Josefa, Victoria, Florita, Enriqueta, María José, Paquita, Julia, María Elena, Vicenta, Lola… Conchita entró con 5 años en la escuela y salió a los 16. Recuerda con un cariño verdaderamente especial los años que pasó en la escuela – Por la mañana había lecciones y por las tardes hacíamos labores. Doña Dolores nos enseñaba muchas cosas y la tía Manuela siempre tenía que avisarla de que era la una o la una y media y teníamos que ir a comer– Rezaban y cosían todos los días. El material con el que contaban era escaso y si hacía falta pegamento hacían “pastetas” con harina y agua o se iban a buscar resina. La leche de los americanos la calentaban con agua, y recuerda que alguna vez organizaron algún teatrillo para los padres. En los años 50 tenían el mismo horario escolar que en los años 20, y también había clase los sábados y fiesta los jueves. Las clases no eran mixtas, y la disposición de las aulas también era la misma que en los años 20: arriba las niñas con Doña Dolores, y abajo los niños con Don Faustino.
En 1976 el Rey don Juan Carlos I nombra a Adolfo Suárez presidente del gobierno y en el 78 se aprobó la que hoy es nuestra Constitución, marcando en su artículo 27 los principios generales de toda la legislación en materia educativa. Por estas fechas Ana Mari Pérez Vidal y Gloria Ana Cros Martín asistían a la escuela unitaria de Belmonte, pero mixta. Este dato es muy curioso porque durante la Dictadura la coeducación estaba terminante prohibida, pero al ser Belmonte un pequeño pueblo y contar con escasos recursos, debieron juntar los sexos en los años 60-70. A la clase de Ana Mari y Gloria también asistían: Isabel Antolin, Miguel Angel de Miguel, Rosa Mari Boix,Fernando Faci, Mº Carmen Angosto, Jesús Esteban, José Luis Boix, José Antonio Guardiola, Andresa, José Manuel Angosto, Mº José Rebullida, Jaime Jarque, José Manuel Rey, José Javier de Miguel, Raquel Faci, María Irene Gascón. La clase era muy grande y los bancos eran de dos. La escuela pasó definitivamente al piso de arriba hasta convertirse en lo que hoy conocemos como el Hostal de la vila. Ana Mari recuerda que su maestra se llamaba María Isabel González, y que tenía dos hijos que también venían al colegio. El recreo ya no se hacía en la terraza del edificio sino que salían a la placeta del bar, y la gimnasia ya formaba parte del repertorio de asignaturas que tenían; se iban al campo de fútbol y jugaban chicos contra chicas. Gloria Cros recuerda que a veces la maestra también tenía que jugar porque no eran suficientes, y también recuerda que algún compañero cazara alguna rata y se la colocara a la maestra sobre su mesa. Las mujeres de esta quinta recuerdan rezar todos los días, y labores por las tardes, en cambio los chicos no rezaban, ni bordaban…
Durante la década de los 80 la escuela empezó a tener cada vez menos alumnos, y continuaba siendo unitaria mixta. Sara Bosque Boix, Javier Angosto Martín y Daniel Guardiola Ruiz recuerdan algunos de sus compañeros: Marcos, Miguel Angel, María Teresa, Juan Carlos Guardiola, Enrique Cros, Camilo Rebullida, María Pilar Angosto, Alfredo Guardiola, Luis Boix, Irene, José Manuel Angosto, Elena Bosque… En la clase contaban con viejos mapas y vetustas escuadras. Adornaban las paredes con sus dibujos, y tenían plastilina, que solían utilizar para embadurnar la pared si les castigaban…Entraban en la escuela con 3 o 4 años, hasta los 16. Las mujeres ya no tenían que bordar, se impartían las mismas asignaturas y actividades para ambos sexos. Javier Angosto recuerda que – Cuando entré en la escuela la clase era muy primitiva pero fue evolucionando. Al principio era toda la planta de arriba del bar y al ir mermando el alumnado utilizaron parte de la planta para la vivienda del maestro, y fueron reduciendo el espacio a lo que hoy es el comedor actual del Hostal-. Para los alumnos de esta quinta es difícil recordar algún maestro ya que hubo un año que pasaron hasta 7 docentes por el centro, y prácticamente cada año tenían uno nuevo.
Las actividades extraescolares ya eran algo normalizado; hacían excursiones al pueblo íbero, también iban a encuentros con las escuelas de otros pueblos, realizaban expediciones en busca de fósiles, jugaban al “alto muerto”, en Navidades hacían obras de teatro pero quizá lo que todos recuerden con más entusiasmo sea el CRIET (Centro Rural de Innovación Educativa de Teruel). Para Daniel Guardiola, lo más divertido era el CRIET en Alcorisa. Ibamos cada tres meses, quince días. De 6º a 8º iban los niños de todos los pueblos. Hacíamos muchos amigos y nos lo pasábamos muy bien, hoy todavía conservamos la amistad. Eran una especie de colonias en las que hacíamos cosas que no podíamos hacer en la escuela, ¡en Naturaleza un día abrimos un corazón! Nos enseñaban a utilizar el ordenador y teníamos todo tipo de deportes-. Sara Bosque también guarda un buen recuerdo del CRIET porque allí podían hacer todo lo que no podían hacer en su escuela – Era muy divertido porque dormíamos todos juntos en unas literas, conocías a niños de otros pueblos, salías por la noche, teníamos laboratorios, deportes, laboratorios de lenguaje… y allí no había exámenes, aprendíamos jugando.-
Para Javi Angosto, – el método de estudio de las escuelas unitarias fomenta la participación y el trabajo en equipo. Las diferencias de edades no suponían ningún problema, incluso los mayores ayudaban con sus tareas a los pequeños.- Y por supuesto no faltaban las travesuras, un pajarito me contó que un día Enrique y Jesús Alberto le pusieron una serpiente muerta en el cajón a la maestra. Hay cosas que son intergeneracionales.
Antonio Mompel recuerda cómo se divertían en las eras jugando con arcos y flechas, recorriendo bodegas, y jugando al fútbol primero en las eras, y después cuando el cura Bautista hizo el campo, al lado del cementerio. Nosotros ya no tenemos que ponernos ajo en las manos para que nos duelan menos los golpes de los maestros, pero continuamos jugando en el campo de fútbol del cementerio, y ahora también en el del polideportivo, continuamos haciendo ruta de peñas o de bodegas, disfrutamos de la libertad que ofrecen los campos para una adolescencia rural, y sobre todo gozamos de un cálido entorno familiar limitado por los confines de nuestro municipio belmontino. Varias generaciones hemos compartido los juegos en el Arrabal, las cabañas, las merendolas en la “Font d’encases”, etc. La perspectiva que ofrecen sus relatos nos ha permitido entender cómo era la escuela de Belmonte desde principios de siglo hasta su desaparición. Es curioso que todos coincidan en caracterizar los años escolares de Belmonte como algo muy familiar.
Ante todo quiero agradecer enormemente a todos los entrevistados su atención y disponibilidad, así como su cooperación ante mis preguntas y la cordialidad y cariño con el que me han tratado a mi, y a sus recuerdos de la infancia. Porque la infancia es un bien preciado con fecha de caducidad, son unos años irrecuperables en los que un entorno familiar y formativo como el que suponía la escuela de nuestro pueblo nos ayudaba a crecer y hacernos mejores personas. Está en nuestras manos llevar a cabo una frase de mi padre que me gusta mucho, y que puede orientarnos en este aspecto:
Si en el siglo XX se consiguió que cada pueblo tuviera una escuela, en el siglo XXI hace falta que cada pueblo sea una escuela, cada calle una clase, cada casa un taller de civismo y cada ciudadano un maestro.
Teresa López Pellisa