Concluida la Guerra Civil, un azote que dejó a Belmonte dolorido y sumido en un letargo producido por las carencias que esa calamidad causó entre la población y sus medios de vida , la preciosa Iglesia de San Salvador, monumental y barroca, quedó despojada de sus altares y santos. No obstante se salvaron del expolio su magnífico órgano y las arañas que procuraban su iluminado, gracias a la mediación inteligente de José Miguel Marqués, quien propuso a los saqueadores utilizar dicho recinto como eventual salón de baile , aunque su único objetivo no fuera sino salvaguardar algunos elementos que en el futuro hablasen del esplendor que un día tuvo el templo de Belmonte.
Como consecuencia de la Guerra, llegó al pueblo, el párroco D. Celedonio Múgica Aguirre, procedente de San Sebastián y permaneció en la villa durante siete años habitando la casa de su prima Emilia Múgica Blasco. Popularmente se llamaba al párroco por el nombre de “Don Cele”. Era un vasco culto, de buena presencia y gran inteligencia, además de excelente pianista muy vinculado al Orfeón Donostiarra. ¿Qué impresión le causó Belmonte como para decidir instalarse en él…?, dejar de ver la Concha de San Sebastián y adentrarse en las duras tierras pobladas de olivos del Bajo Aragón. Tal vez se sorprendió gratamente cuando encontró un piano en la casa de su prima, tal vez le agradaron sus primeros contactos con los lugareños y tal vez le impresionó la belleza del templo que se le encomendaba.
José Miguel Marqués para entonces ejercía de sacristán. Durante su juventud estudió en el Seminario Menor de Belchite donde aprendió música sacra, Teología y las demás materias que se impartían en el Seminario hasta que, cumplido su cuarto año de internado, una fractura en su pierna izquierda le obligó a abandonar el centro religioso y regresar definitivamente a Belmonte donde se ocupó de los asuntos eclesiásticos, principalmente de los musicales (popularmente reconocidas y admiradas eran sus interpretaciones al órgano de “Las Completas de la víspera”, poseía un duende especial para ello), y también, junto a su tío Francisco Zurita y su hermano Enrique Marqués, intervino en la elaboración, reparación y afinado de armonios y órganos; prueba de ello es el armonio que afortunadamente ha recuperado su biznieto, Miguel Ángel de Miguel, en el que una pequeña placa reza: “José Miguel Marqués constructor de armonios”, y que curiosamente está relacionado con esta historia.
No es de extrañar que “Don Cele” y José Miguel rápidamente trabaran amistad pues compartían muchos temas sobre los que podían conversar, primordialmente su amor por la música. En la casa de José Miguel, crecían tres niños: Paz, Pablo y Pili, sus nietos, que rondaban los diez años de edad. “Don Cele” en una de las muchas veladas de invierno que pasó en casa del sacristán propuso enseñarles solfeo. Los niños accedieron de buen grado y enseguida destaparon las cualidades innatas para la música que poseían. -Paz tiene una magnífica voz de soprano y Pablo un oído finísimo- comentaba el párroco al abuelo José Miguel. La pequeña Pili pese a que aún era muy joven también participaba de las clases, siempre a la vera de Paz. Esto estimuló al párroco y así comenzó una época en la que las enseñanzas musicales primero a los tres pequeños y posteriormente a una buena parte de belmontinos hizo que se fuera gestando un coro local y un interés musical que nunca antes se había vivido.
Animó a Francisco Zurita a desempolvar su violín y juntos ofrecían desde la casa del cura, abiertas las puertas del balcón de la sala donde tocaban, conciertos de música laica para la gente de la villa que se congregaba en la replaceta bajo el balcón, del que fluían los acordes de piano y violín, para escuchar piezas como: Serenata de la Fantasía Morisca, El Barbero de Sevilla, Doña Francisquita, Serenata de Malats, La abeja, Bazza Ladra y La Dolores. Paz y Pablo, como alumnos avanzados, no tardaron en leer perfectamente la música y con los ojos atentos a la notas del pentagrama y los oídos a las que manaban de los instrumentos ayudaban a los músicos pasándoles las páginas de las partituras que interpretaban justo en el momento preciso; Paz se ocupaba de la partitura del violinista y Pablo de la del pianista.
Los hermanos aprendían rápido y “Don Cele” entendió que las clases diarias que les impartía debían ir acompañadas de más horas de práctica. Entonces planteó a su padre, Rafael Martín, que les comprara un piano para que pudieran continuar en casa con los ejercicios. Con este fin construyó el abuelo José Miguel Marqués su último armonio (al que antes nos hemos referido) y con el dinero que se obtuvo por su venta Rafael adquirió en Ráfales, bajo la supervisión del párroco, el piano (Izábal) que fue compañero de estudio de ambos jóvenes y que hoy conserva Pablo Martín entre sus muchos instrumentos.
Aquel aprendizaje dio sus frutos y en la primera Misa Mayor en Honor de San Cosme y San Damián el Coro entonó el Tedeum Laudamus del maestro Perosi, después (y ya hasta la actualidad) a éste siguieron: el Kyrie, el Gloria y el Sanctus composiciones de Oreste Ravanello a dos voces, el Sanctorum Meritis, compuesto especialmente por “Don Cele” para los patronos de la villa, a dos voces, el Tantum Ergo de Cherian a cuatro voces. En ocasiones especiales el Coro entonaba la Salve Regina melodía antigua, como el día 15 de agosto a la Virgen de la Cama (o más recientemente con ocasión de la visita del Alcalde de Madrid, quien quedó gratamente impresionado por la belleza del canto). En otras ocasiones se entonaba el Motete de Handel: Regina Coeli Laetare; o en la víspera de las fiestas, las Completas a Fabordon compuestas por Luis Urteaga, íntimo amigo del presbítero. “Don Cele”, a la sazón director del Coro de las Hijas de María en San Sebastián, consiguió transmitir a los belmontinos sus conocimientos musicales y en los oficios religiosos los cantos se elevaban envueltos en incienso hacia la cúpula sostenida por los apóstoles. En la solemnidad de la Misa Mayor, escuchar al Coro era un regalo que venía de Dios y se alzaba hasta el cielo, y atraía a decenas de visitantes de los pueblos aledaños.; aquello jamás se había conocido en la comarca.
Durante los siete años que el párroco permaneció en Belmonte y que posteriormente algunos han denominado como su “Siglo de Oro”, Paz y Pablo continuaron recibiendo todas las tardes sus clases de solfeo y piano, y por las noches, junto al resto del Coro, de canto. Consciente de que tarde o temprano volvería a su tierra aseguró así la permanencia en el tiempo de su trabajo.
Transcurridos siete años “Don Cele” regresó a San Sebastián, pero retornó durante los tres otoños siguientes para celebrar la Misa Mayor en Honor a San Cosme , San Damián y San José. Paz Martín, en septiembre de 1945, como premio a su tesón, visitó San Sebastián y tuvo la ocasión de escuchar al Orfeón Donostiarra, del que tanto había oído hablar, junto al cura y sus hermanas Catalina y Demetria, y de ver el mar en el espléndido paseo de La Concha. Pese a que ya no visitó más Belmonte “Don Cele” mantuvo siempre su vínculo con la familia Martín-Marqués. Cursando Javier de Miguel 7º de EGB en Alsásua recibió un paquete. Era enorme y estaba lleno de golosinas, ¡menuda sorpresa!, pero le desconcertó el remitente: “Demetria y Catalina Múgica Aguirre”. Le preguntó a su madre Paz y ésta le contó la historia que ahora se relata.
La nefasta helada de 1956 y el cierre de las minas de Belmonte y alguna de La Cañada de Verich empujó a muchos de los jóvenes pertenecientes al Coro hacia distintas ciudades. A pesar de ello cada año, con Paz y Pablo al frente, se volvía a reunir y en las Fiestas Mayores entonaba la Misa Mayor, y la labor que hizo “Don Cele” volvía a reflejarse durante unos días. Unidas, las voces de los hombres y de las mujeres de Belmonte honraban a San Cosme , San Damián y San José pues la lección fue bien aprendida.
Este año, como no podía ser menos, ha vuelto a suceder, el Coro se ha unido, han ensayado y recordado viejos tiempos y tras los nervios y la tensión las voces y la música se han alzado al cielo y ha sonado de nuevo el Kyrie, el Gloria, el Sanctus, el Sanctorum Meritis, la Salve Regina y el Himno a Belmonte de Pablo Martín, unos cánticos preciosos que envuelven a los asistentes a la celebración y llenan de oración y esplendor el Templo. Tras la misa, mientras se reparte el pan bendito, les han felicitado y todos han quedado para el año próximo en la Misa Mayor de las fiestas de San Cosme y San Damián en Belmonte de San José.
Esto viene ocurriendo desde hace sesenta años, es algo que debiéramos reconocer, apreciar y si pudiéramos conservar.
¡Felicidades al Coro de Belmonte de San José!
Miguel Ángel y José Javier De Miguel Martín
Aunque hemos citado, como dato histórico, a los componentes iniciales del Coro, a lo largo del tiempo se han ido incorporando nuevas voces y otras desgraciadamente han desaparecido. Sirva este artículo de homenaje a todos ellos.