Fiestas de calendario: Otoño

febrero 16, 2008

Mª Jesús Ruiz

Para la mayoría de nosotros las fiestas suponen un motivo de reencuentro y diversión; para algunos autores como Miguel Roiz (Tiempo de Fiesta. Editorial Alatar. 1982) “La fiesta es una serie de acciones y significados de un grupo, expresadas por medio de costumbres, tradiciones, ritos y ceremonias…caracterizadas por un alto nivel de participación y en las que se transmiten significados de diverso tipo (históricos, políticos, sociales, religiosos, etc.)…y en las que la práctica alegre, festiva, de goce, diversión e incluso orgía, se entremezclan con la práctica religiosa e incluso mágica…”. Pero para nuestros inmediatos antepasados, de los que somos herederos, las fiestas se sucedían según un ciclo anual, la mayoría de ellas relacionadas con el ciclo de la naturaleza, el año litúrgico y las labores agrícolas y pastoriles.

Septiembre marca el comienzo del otoño, los graneros están llenos, pero todavía quedan por recoger las últimas cosechas, como la almendra o la oliva, y preparar los campos para la siembra. Por esta razón las fiestas patronales disminuían considerablemente respecto a los meses estivales. Aún así son muchas las localidades que celebraban durante este mes sus fiestas patronales bajo la advocación de la Natividad de Nuestra Señora, La Santa Cruz o San Cosme y San Damián. En Belmonte, hasta que el fantasma de la despoblación apareciera con fuerza durante la década de los 60, del 25 al 28 de septiembre eran días de fiesta, la víspera, San José, San Cosme y San Damián y “San Cosmet”, no faltaban actos religiosos como las Completas y las procesiones y actos profanos como las albadas, el baile, las carreras pedestres y los toros.

Por San Miguel empiezan las ferias, que se realizaban en multitud de pueblos y ciudades combinando la fiesta con el trabajo.

El 7 de octubre se celebra la Virgen del Rosario. En muchas localidades hay referencias a cofradías dedicadas a ella. En nuestro pueblo, junto a la Cofradía del Salvador y Nuestra Señora la Mayor existía la Cofradía del Santísimo y del Rosario.

El día 12, día del Pilar, en Zaragoza y en lugares como Fraga y Calanda, es la fiesta mayor. También en Teruel tiene su importancia. Aparecen de nuevo las hogueras y por todas las calles se encendían fuegos. J.A. Pellicer en su libro “Bajo Aragón. Fiestas y tradiciones” (Libros Certeza. Zaragoza, 1997) cita “En Belmonte se empezaban a encender el primero de Octubre y mantenían la llama viva, hasta el día de la fiesta”.

El mes de noviembre. Es el mes de las ánimas. Se hacían calabazas vaciadas colocando en su interior una vela, (era ésta una tradición arraigada en poblaciones del Bajo Aragón y del Moncayo, aunque ahora nos la quieran “vender” como algo novedoso importado del otro lado del Atlántico). Candelas de color blanco, rojo, rodetas o estadales, lamparillas de naipe y corcho flotando en palanganas con aceite, faroles, hogueras en montes y campanarios…Una para cada difunto de la familia.

A partir del 11 de noviembre (San Martín) empieza la época para la matanza del cerdo “la carne de los pobres”.

La festividades del mes de diciembre: Santa Bárbara, la Purísima, San Nicolás y Santa Lucía nos acercaban a la Navidad, eje central del ciclo invernal y que dará paso a las fiestas de invierno, pero eso es otra historia…



Doña Dolores

febrero 16, 2008

Mari Calvo

Doña Dolores fue una maestra vocacional. La escuela era su vida. Procuraba ayudar a cada alumna en sus dificultades y potenciaba sus cualidades para el estudio, animándolas a continuarlos después de la escuela, fuera de Belmonte.

Jamás sancionó a sus alumnas con el castigo todavía vigente en las escuelas de aquella época: el palmetazo, que tanto dolía, en manos y dedos. Su castigo, si se puede llamar así, consistía en realizar una redacción, resolver un problema o ejecutar una labor de más.

Su jornada laboral no conocía horario. Puede sonar raro viviendo como vivimos en un mundo en que la prisa ha invadido nuestra forma de ver, de mirar, de escuchar, de ‘regalar’ nuestro tiempo; en que la aceleración es el síndrome dominante. Pero si nos fijamos en el quehacer diario de maestra de Doña Dolores, nos damos cuenta de que ella valoraba el tiempo por el disfrute de enseñar, de respetar, de educar, de potenciar los valores de sus alumnas sin prisas, con serenidad, no como un ideal que actualmente se nos inculca alcanzable y realizable sólo en la tercera edad; sino como una necesidad en la primera infancia.

En consecuencia, pues, su horario laboral terminaba, o bien cuando su hermana Isabel comprobaba que era la hora de comer y todavía no había llegado a casa, y desde ‘el carreró de la escola’ la llamaba alertándola de la hora que era; o cuando sus alumnas, comprobando que no existía reloj de salida para ella, idearon uno infalible: los mineros. Éstos pasaban cada día con sus motos puntualmente para ir a sus casas a comer. Al grito de “¡Doña Dolores, los mineros!”, se recogían apresuradamente las libretas y … a comer.

Enseñó un montón de recursos para que las niñas sintieran la escuela como una parte importante de sus vidas. Como en aquel tiempo los materiales escolares eran escasos, por no decir nulos, potenciaba el ingenio de sus alumnas. Era como un embrión de lo que hoy se llama una escuela activo-participativa, donde la creatividad es una fuerza interior que todos desde pequeños hemos de aprender a utilizar en beneficio propio y de los demás.

En la escasez, pues, de materiales y en la situación en que los pegamentos eran excesivamente caros, de vez en cuando se realizaba una excursión para coger resina de los árboles con la que fabricar pegamento. Éste, depositado en un bote de latón, se ponía encima de la estufa de leña donde se disolvía. Cada vez que se necesitaba pegar algo, se repetía la misma operación.

También enseñó un montón de juegos y canciones. Y, por las tardes, las labores de bordar, bolillos, tapetes, etcétera.

Procuró estimular la obertura mental y la curiosidad. Cada fin de semana, se leía el texto correspondiente del Evangelio del domingo, que se arrancaba del calendario de San Antonio de Padua. Se leía el texto a la vez que invitaba a alguna alumna a comentarlo. También se realizaban excursiones conjuntas con los chicos y el señor maestro, en busca de fósiles por el camino de La Cerollera.

Doña Dolores era de carácter abierto y directo. Se alegraba con las alegrías de las alumnas y se entristecía de sus sufrimientos. Gozaba cuando alguna ex alumna le comunicaba su casamiento, el nacimiento de sus hijos o la continuación de sus estudios.

Quería de verdad a sus alumnas y esto lo demostraba el hecho de que a lo largo de los años, que fueron muchos, nunca olvidó ningún nombre de sus alumnas y muchas veces las recordaba en familia, explicando anécdotas de cada una de ellas.

Permitidme que acabe estas líneas, como un esbozo de pequeño homenaje a Doña Dolores, con unos versos de Antonio Machado en su poema ‘Soledades a un maestro’:

(…)

De su raza vieja

tiene la palabra corta,

honda la sentencia.

Como el olivar,

mucho fruto lleva,

poca sombra da.

En su claro verso

se canta y medita

sin grito ni ceño.

(…)

Sus cantares llevan

agua de remanso

que parece quieta

y que no lo está;

mas no tiene prisa

por ir a la mar

Dolores Calvo Castenou (1896-1988)

Dolores Calvo Castelnou nació en Belmonte el 1 de marzo de 1896 y murió en su misma localidad natal el 18 de enero de 1988.

Contrajo matrimonio con Alfonso Membrado Cros, de Belmonte, con quien no tuvo descendencia. Cursó los estudios de Magisterio en Teruel y terminó la carrera en 1915.

Ejerció su magisterio, como interina, en los siguientes pueblos: Belmonte, Cretas, Valdeltormo, Valdealgorfa, Cantavieja, Calanda, Molinos, Santolea y Aguaviva.

Fue maestra con plaza en propiedad en Isín y Casas de Esper (Huesca), Cinco Olivas (Zaragoza) y, finalmente, en Belmonte donde se jubiló tras haber ejercido su profesión en su propia localidad natal durante 20 años.


La escuela de nuestro pueblo

febrero 16, 2008

La escuela de nuestro pueblo

 

Mª Paz Pellisa Amposta

Nos hemos propuesto iniciar algunos artículos relacionados con la educación y para ello creemos que es fundamental abordar los temas que más nos preocupan actualmente, y sin duda el primero va dirigido a la escuela de Belmonte. Con estas breves líneas queremos decirle adiós, adiós a nuestra escuela, adiós a la escuela que hasta hace muy poco teníamos en Belmonte.

Intentaremos reflexionar acerca de lo que significa quedarnos sin escuela, vivencia que hemos compartido con tristeza y resignación. Todos nos preguntamos porqué le ha pasado esto precisamente a Belmonte. ¿Porqué?, si valoramos tanto el saber, el buen hacer, el respeto, la cultura,…Si todos nos unimos ¿podremos recuperarla?; no es fácil. Lo ideal es que los niños y niñas realicen sus primeros aprendizajes en su pueblo, cerca de sus familias y vecinos. Todos los belmontinos en más de una ocasión hemos mandado a casa a algún pequeño diciéndole – ¡Vete a casa que ya es la una y los papás te están esperando para comer!-. O hemos intervenido separando a algunos niños de una pelea, o hemos intentado dar respuesta a alguna de sus múltiples preguntas, interviniendo en definitiva en la difícil tarea de educar, porque pensamos que la educación es tarea de todos, como si se tratara de una gran familia. Con este tipo de actuaciones ayudamos a los más pequeños en la difícil tarea de crecer.

Quizá la escuela no tenía que haber desaparecido, la deberíamos haber conservado con sus libros, con sus mesas, con su pizarra,…como algo histórico, de gran valor educativo y cultural. No deberíamos haber prescindido de algo que forma parte de la historia y cultura de nuestro pueblo. Ya no se podrá enseñar desde ese espacio singular, único y pequeño en cuanto a sus dimensiones físicas, pero importante en cuanto a la significación individual y social que ha adquirido desde la universalización de la escuela. Tan sólo hemos recuperado su presencia material gracias a la exposición de la Asociación Cultural del pueblo, y por ello queremos reconocer de nuevo la gran labor que realizaron con la recopilación de fotos, libros y cuadernos.

Es curioso que un lugar común y compartido por varias generaciones haya transmitido experiencias tan diversas a cada una de ellas: las personas mayores dirán con nostalgia que compartieron pupitre con los que fueron sus primeros amigos y que hoy no están. Los de mediana edad recordarán las travesuras y las clases con niños de otros pueblos. Y probablemente los más pequeños no entienden el revuelo por el cierre de la escuela, ya que para ellos el pueblo se ha convertido en un lugar de veraneo y desde luego nada que les recuerde a sus maestras de Alcañiz. Pero todos recordarán la escuela como un lugar en el que les dieron respuestas a sus preguntas, en el que resolvieron las incógnitas de la naturaleza y del mundo, en el que compartieron valores como el respeto y la amistad. Recordarán la escuela con la tristeza de que sus puertas no volverán a abrirse nuca más en este pueblo.

Sabemos que tienen que escolarizarse como mínimo cinco niños y niñas en el curso escolar y en años sucesivos, porque la administración no puede cerrar la escuela un año y abrirla al año siguiente. El problema de la desaparición de la escuela es por tanto económico; no es rentable mantener un maestro o maestra para un número tan reducido de niños. Cuando analizamos estos aspectos en el siglo XXI es realmente triste comprender que también en la educación se mida la rentabilidad….

Una de las vías para recuperar algún día nuestra escuela es hacer de Belmonte un lugar en el que familias con hijos pequeños puedan encontrar una forma de vida que les permita subsistir. En pocas palabras, si Belmonte ofrece trabajos rentables, no serán pocas las familias con niños y niñas en edad de escolarización que querrán asentarse en nuestra villa. Eso, es difícil, por lo que sólo nos queda mirar al futuro con esperanza y responsabilidad, supliendo un poco entre todos sus funciones, haciendo nuestra la filosofía de la Fundación Juan Uña: Si en el siglo XX se consiguió que cada pueblo tuviera una escuela en el siglo XXI hace falta que cada pueblo sea una escuela, cada calle una clase, cada casa un taller de civismo y cada ciudadano un maestro.

Nuestro recuerdo también a todos los maestros y maestras que pasaron por ella y que enseñaron a tantos niños y niñas propiciando tantas ocasiones de aprender, de compartir, y de ser felices.

Espero que guardemos todos y todas un gran recuerdo de esta escuela, que contribuyó a formar y educar a nuestros padres y madres, abuelos y abuelas y que ésta educación recibida se siga transmitiendo de padres a hijos, aunque ya no exista la que finalmente fue “la escuela unitaria de Belmonte”.


Albadas, ayer y hoy

diciembre 23, 2007

Año 2003, madrugada de la Fiesta Mayor, muchas personas esperan en el ”Arrabal” la llegada de los gaiteros, éstos no vendrán a caballo, sino en un moderno utilitario y no se quedarán para tocar en la procesión y en el baile, en esta ocasión se marcharán cuando terminen las albadas.

Desde hace más de diez años se repite este ritual que intenta revivir en pleno siglo XXI el espíritu y el sentido de unos cantos de otra época, allá a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX.

Las albadas pertenecen al campo de la música tradicional o popular, es decir, la música hecha por el pueblo.

“Normalmente” eran los mozos quienes las interpretaban en la madrugada de la Fiesta, digo normalmente porque en algunas poblaciones las mujeres eran las encargadas de entonar tales albadas en fechas determinadas.

Según el cancionero de Arnaudas (Teruel, 1922) en Belmonte se cantaban albadas las noches del 25 al 26 y del 26 al 27 de septiembre, con motivo de celebrarse el 26 una fiesta en honor a San José y el 27 la dedicada a los Santos Patronos San Cosme y San Damián.

Con las albadas se obsequiaba en primer lugar al Santo ante la puerta de la iglesia, se seguía cantando a las autoridades, a las familias y novias de los cantadores y casi siempre a las mozas solteras del pueblo. Miguel Arnaudas cita textualmente “hay pueblos – uno de ellos Belmonte de Alcañiz – donde también es costumbre cantar las albadas, en los correspondientes días, a las muchachas, de quienes se sabe han comenzado sus relaciones amorosas, sirviendo entonces ese canto de algo así como de asentimiento general a dichas relaciones. En tales casos, lo mismo la moza a quien cantan, que el mozo que con ella tiene esas relaciones, están obligados a obsequiar, con relativa esplendidez, a los cantadores”.

Uno o dos cantadores entonaban la copla y el resto del grupo repetía los últimos versos mientras se acompañaban con el sonido de la dulzaina y el tambor. Al terminar, las personas a quienes les dedicaban las albadas estaban obligadas a obsequiar con pastas, roscones, dinero o botellas de licor a los cantadores.

Blas Coscollar en su Método de Dulzaina Aragonesa (Barcelona 2001) dice que “la importancia de la música radica en la capacidad para evocar emociones y respuestas capaces de mudar el ánimo y la conducta social”, así vemos que mientras muchas composiciones populares invitan al recogimiento, a la devoción o al trabajo, la música de las albadas es una música para la diversión.

Así queda reflejado en sus letras y melodías, de características muy similares en los pueblos de la zona: Alcañiz, La Codoñera, Cañada de Verich, Mas de las Matas, Calaceite o Valderrobres. Pero no sólo en sus letras, sino también en el comportamiento de los que acompañaban las albadas, en ocasiones sumamente bullicioso, llegando incluso a disparar armas de fuego o a golpear las puertas con palos y garrotes armando una gran algarabía.

Las albadas son parte de nuestra cultura popular y tradicional, pero no olvidemos que la importancia de esta cultura radica precisamente en su evolución constante, que refleja los cambios, las adaptaciones y por supuesto la creatividad de los individuos en la sociedad que les ha tocado vivir.

Agradezco desde aquí a la Asociación Universitaria de Folclore Aragonés Somerondón de cuyo archivo bibliográfico he obtenido la documentación necesaria y, sobre todo, deseo que estas líneas sirvan como recuerdo y homenaje a los músicos populares, tanto a los de Bellmunt como a los que vinieron y a los que siguen viniendo de fuera.

María Jesús Ruiz Valero


5 ESTRELLAS

diciembre 23, 2007

Concluida la Guerra Civil, un azote que dejó a Belmonte dolorido y sumido en un letargo producido por las carencias que esa calamidad causó entre la población y sus medios de vida , la preciosa Iglesia de San Salvador, monumental y barroca, quedó despojada de sus altares y santos. No obstante se salvaron del expolio su magnífico órgano y las arañas que procuraban su iluminado, gracias a la mediación inteligente de José Miguel Marqués, quien propuso a los saqueadores utilizar dicho recinto como eventual salón de baile , aunque su único objetivo no fuera sino salvaguardar algunos elementos que en el futuro hablasen del esplendor que un día tuvo el templo de Belmonte.

Como consecuencia de la Guerra, llegó al pueblo, el párroco D. Celedonio Múgica Aguirre, procedente de San Sebastián y permaneció en la villa durante siete años habitando la casa de su prima Emilia Múgica Blasco. Popularmente se llamaba al párroco por el nombre de “Don Cele”. Era un vasco culto, de buena presencia y gran inteligencia, además de excelente pianista muy vinculado al Orfeón Donostiarra. ¿Qué impresión le causó Belmonte como para decidir instalarse en él…?, dejar de ver la Concha de San Sebastián y adentrarse en las duras tierras pobladas de olivos del Bajo Aragón. Tal vez se sorprendió gratamente cuando encontró un piano en la casa de su prima, tal vez le agradaron sus primeros contactos con los lugareños y tal vez le impresionó la belleza del templo que se le encomendaba.

José Miguel Marqués para entonces ejercía de sacristán. Durante su juventud estudió en el Seminario Menor de Belchite donde aprendió música sacra, Teología y las demás materias que se impartían en el Seminario hasta que, cumplido su cuarto año de internado, una fractura en su pierna izquierda le obligó a abandonar el centro religioso y regresar definitivamente a Belmonte donde se ocupó de los asuntos eclesiásticos, principalmente de los musicales (popularmente reconocidas y admiradas eran sus interpretaciones al órgano de “Las Completas de la víspera”, poseía un duende especial para ello), y también, junto a su tío Francisco Zurita y su hermano Enrique Marqués, intervino en la elaboración, reparación y afinado de armonios y órganos; prueba de ello es el armonio que afortunadamente ha recuperado su biznieto, Miguel Ángel de Miguel, en el que una pequeña placa reza: “José Miguel Marqués constructor de armonios”, y que curiosamente está relacionado con esta historia.

No es de extrañar que “Don Cele” y José Miguel rápidamente trabaran amistad pues compartían muchos temas sobre los que podían conversar, primordialmente su amor por la música. En la casa de José Miguel, crecían tres niños: Paz, Pablo y Pili, sus nietos, que rondaban los diez años de edad. “Don Cele” en una de las muchas veladas de invierno que pasó en casa del sacristán propuso enseñarles solfeo. Los niños accedieron de buen grado y enseguida destaparon las cualidades innatas para la música que poseían. -Paz tiene una magnífica voz de soprano y Pablo un oído finísimo- comentaba el párroco al abuelo José Miguel. La pequeña Pili pese a que aún era muy joven también participaba de las clases, siempre a la vera de Paz. Esto estimuló al párroco y así comenzó una época en la que las enseñanzas musicales primero a los tres pequeños y posteriormente a una buena parte de belmontinos hizo que se fuera gestando un coro local y un interés musical que nunca antes se había vivido.

Animó a Francisco Zurita a desempolvar su violín y juntos ofrecían desde la casa del cura, abiertas las puertas del balcón de la sala donde tocaban, conciertos de música laica para la gente de la villa que se congregaba en la replaceta bajo el balcón, del que fluían los acordes de piano y violín, para escuchar piezas como: Serenata de la Fantasía Morisca, El Barbero de Sevilla, Doña Francisquita, Serenata de Malats, La abeja, Bazza Ladra y La Dolores. Paz y Pablo, como alumnos avanzados, no tardaron en leer perfectamente la música y con los ojos atentos a la notas del pentagrama y los oídos a las que manaban de los instrumentos ayudaban a los músicos pasándoles las páginas de las partituras que interpretaban justo en el momento preciso; Paz se ocupaba de la partitura del violinista y Pablo de la del pianista.

Los hermanos aprendían rápido y “Don Cele” entendió que las clases diarias que les impartía debían ir acompañadas de más horas de práctica. Entonces planteó a su padre, Rafael Martín, que les comprara un piano para que pudieran continuar en casa con los ejercicios. Con este fin construyó el abuelo José Miguel Marqués su último armonio (al que antes nos hemos referido) y con el dinero que se obtuvo por su venta Rafael adquirió en Ráfales, bajo la supervisión del párroco, el piano (Izábal) que fue compañero de estudio de ambos jóvenes y que hoy conserva Pablo Martín entre sus muchos instrumentos.

Aquel aprendizaje dio sus frutos y en la primera Misa Mayor en Honor de San Cosme y San Damián el Coro entonó el Tedeum Laudamus del maestro Perosi, después (y ya hasta la actualidad) a éste siguieron: el Kyrie, el Gloria y el Sanctus composiciones de Oreste Ravanello a dos voces, el Sanctorum Meritis, compuesto especialmente por “Don Cele” para los patronos de la villa, a dos voces, el Tantum Ergo de Cherian a cuatro voces. En ocasiones especiales el Coro entonaba la Salve Regina melodía antigua, como el día 15 de agosto a la Virgen de la Cama (o más recientemente con ocasión de la visita del Alcalde de Madrid, quien quedó gratamente impresionado por la belleza del canto). En otras ocasiones se entonaba el Motete de Handel: Regina Coeli Laetare; o en la víspera de las fiestas, las Completas a Fabordon compuestas por Luis Urteaga, íntimo amigo del presbítero. “Don Cele”, a la sazón director del Coro de las Hijas de María en San Sebastián, consiguió transmitir a los belmontinos sus conocimientos musicales y en los oficios religiosos los cantos se elevaban envueltos en incienso hacia la cúpula sostenida por los apóstoles. En la solemnidad de la Misa Mayor, escuchar al Coro era un regalo que venía de Dios y se alzaba hasta el cielo, y atraía a decenas de visitantes de los pueblos aledaños.; aquello jamás se había conocido en la comarca.

Durante los siete años que el párroco permaneció en Belmonte y que posteriormente algunos han denominado como su “Siglo de Oro”, Paz y Pablo continuaron recibiendo todas las tardes sus clases de solfeo y piano, y por las noches, junto al resto del Coro, de canto. Consciente de que tarde o temprano volvería a su tierra aseguró así la permanencia en el tiempo de su trabajo.

Transcurridos siete años “Don Cele” regresó a San Sebastián, pero retornó durante los tres otoños siguientes para celebrar la Misa Mayor en Honor a San Cosme , San Damián y San José. Paz Martín, en septiembre de 1945, como premio a su tesón, visitó San Sebastián y tuvo la ocasión de escuchar al Orfeón Donostiarra, del que tanto había oído hablar, junto al cura y sus hermanas Catalina y Demetria, y de ver el mar en el espléndido paseo de La Concha. Pese a que ya no visitó más Belmonte “Don Cele” mantuvo siempre su vínculo con la familia Martín-Marqués. Cursando Javier de Miguel 7º de EGB en Alsásua recibió un paquete. Era enorme y estaba lleno de golosinas, ¡menuda sorpresa!, pero le desconcertó el remitente: “Demetria y Catalina Múgica Aguirre”. Le preguntó a su madre Paz y ésta le contó la historia que ahora se relata.

La nefasta helada de 1956 y el cierre de las minas de Belmonte y alguna de La Cañada de Verich empujó a muchos de los jóvenes pertenecientes al Coro hacia distintas ciudades. A pesar de ello cada año, con Paz y Pablo al frente, se volvía a reunir y en las Fiestas Mayores entonaba la Misa Mayor, y la labor que hizo “Don Cele” volvía a reflejarse durante unos días. Unidas, las voces de los hombres y de las mujeres de Belmonte honraban a San Cosme , San Damián y San José pues la lección fue bien aprendida.

Este año, como no podía ser menos, ha vuelto a suceder, el Coro se ha unido, han ensayado y recordado viejos tiempos y tras los nervios y la tensión las voces y la música se han alzado al cielo y ha sonado de nuevo el Kyrie, el Gloria, el Sanctus, el Sanctorum Meritis, la Salve Regina y el Himno a Belmonte de Pablo Martín, unos cánticos preciosos que envuelven a los asistentes a la celebración y llenan de oración y esplendor el Templo. Tras la misa, mientras se reparte el pan bendito, les han felicitado y todos han quedado para el año próximo en la Misa Mayor de las fiestas de San Cosme y San Damián en Belmonte de San José.

Esto viene ocurriendo desde hace sesenta años, es algo que debiéramos reconocer, apreciar y si pudiéramos conservar.

¡Felicidades al Coro de Belmonte de San José!

Miguel Ángel y José Javier De Miguel Martín

Aunque hemos citado, como dato histórico, a los componentes iniciales del Coro, a lo largo del tiempo se han ido incorporando nuevas voces y otras desgraciadamente han desaparecido. Sirva este artículo de homenaje a todos ellos.